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Grandes crímenes

Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres y se han omitido algunos detalles a petición de las fuentes.

19.10.2011

Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres y se han omitido algunos detalles a petición de las fuentes.

Aclaración. La lealtad y la preferencia de nuestros miles de lectores y lectoras nos obligan a actuar con la honestidad y con la transparencia que son necesarias y obligatorias en todos y cada uno de los actos de la vida del ser humano, por lo cual, deseo agradecer a Miguel David Ramírez Williams, de la ciudad de Choluteca, haber enviado el caso de Minita al correo de Carmilla Wyler, agradecimiento que debe servir como nota aclaratoria ya que por un lamentable lapsus agradecí a la abogada Mayra Aguilera, jueza del Tribunal de Sentencia, siendo ella solamente una entrevistada para la redacción del caso, facilitándonos en esa entrevista datos sobre el resultado de juicio oral y público (datos que ya conocíamos por haber leído antes una copia del expediente) y le quité el mérito al fiel lector Ramírez Williams.

Aprovecho para agradecer a algunas amistades, conocidos y parientes de Minita, y a agentes de investigación de la DNIC, que colaboraron con sus testimonios, a la persona que nos facilitó leer el expediente, y agradezco también a los lectores y lectoras de Choluteca que han escrito sin cansarse refiriéndose a este doloroso caso.

A la vez, deseo hacer constar que por un error en la revisión, olvidé escribir las palabras 'se supone', al referirme a la forma en que supuestamente un particular adquirió la isla Conejo. Además, por no haberse probado en juicio la forma en que se adquirió esa isla, ha sido un error involuntario haber olvidado esas palabras (se supone) y presento mis disculpas sinceras a mis lectores y lectoras y a quien se haya sentido afectado por lo que pareciendo un afirmación de mi parte, no lo es, y que se basa en las entrevistas en la ciudad de Choluteca que conocieron el caso y conocieron también a Minita.

Llegada. El viaje de regreso fue largo, tan largo, que la espera de los familiares se convirtió en una permanente pesadilla. El ataúd de metal venía sellado, cubierto con una caja de cartón, asegurada alrededor con cinta aislante ancha y transparente, y fue lo último que salió de las entrañas del avión.

Los empleados de la funeraria se acercaron a él con la solemnidad que mostraban siempre en casos como aquel, y empujaron la fría caja despacio sobre el concreto hirviente, sin decir una palabra, fijos los ojos al frente. Cuando se detuvieron, dos mujeres se acercaron al féretro contando los pasos, vestidas de negro, rojos los ojos de tanto llorar y con pañuelos humedecidos en las manos.

Una de ellas depositó sobre el cartón una rosa roja, cuyos pétalos agonizantes se abrieron deformándola; la otra, reprimiendo un grito, se limitó a pasar su mano arrugada y llena de venas y pecas oscuras por una esquina. Más allá, dos niños lloraban en silencio y más atrás, un hombre, vestido con ropas claras, se limpiaba las lágrimas que saltaban de sus ojos.

'Sentimos molestarlas, señoras –dijo uno de los detectives de Homicidios de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) manteniendo bajo el tono de su voz, como si no quisiera romper la solemnidad de aquel doloroso momento- pero tenemos que hacer nuestro trabajo'.

Las mujeres se hicieron a un lado y empezaron a escucharse los sollozos.

'¿Qué es lo que van a hacer?' –se atrevió a preguntar una de ellas, la de más edad y que parecía a punto de desmayarse.

'Es solo rutina, señora –respondió el detective-. Aunque usted ya lo sabe, lamento recordarle que su hija murió asesinada, y solamente necesitamos comprobar algunas cosas…'

'Pero ustedes ya tienen toda la información del caso'. La voz del hombre de la ropa clara sonó decidida.

'Si –dijo el detective-, la tenemos, pero queremos confirmar algunos datos, nada más. No los retrasaremos más que una o dos horas…'

'¿Qué más quieren saber –dijo la anciana, con voz que parecía salir de una caverna, aunque con acento retador-. ¡Por Dios santo, respeten mi dolor! Ya saben que ese maldito la mató ese maldito y que va a pagar su crimen… ¡Solo para eso se llevó a mi muchachita lejos de aquí! ¡Maldito sea, mil veces maldito! Y ustedes, ¿qué más quieren saber?... ¡Déjen en paz a mi hija!'

El detective la miró con una de esas miradas de hielo que ni se pueden interpretar y mucho menos describir pero que son capaces de paralizar a cualquiera.

'Es nuestro trabajo, señora. ¡Llévensela! Por supuesto, pueden venir con nosotros.'

El caso. El expediente estaba sobre una mesa. Aquel era un caso con características comunes a muchos que habían investigado en Honduras, y lo que lo hacía diferente, y hasta interesante, era que había sucedido a miles de kilómetros de distancia, que la víctima era una ciudadana hondureña y que el sospechoso, su pareja sentimental, era también hondureño.

Las fotografías de la escena del crimen estaban por todas partes, numeradas y en orden, y mostraban lo grotesco de aquel asesinato que un equipo de policías de Investigación Criminal había resuelto a miles de kilómetros y sin el menor esfuerzo.

La escena. Era sábado en la tarde, hacía calor y la luz del sol llenaba el pasillo con una claridad intensa. La mujer, una vecina anciana que regresaba de hacer algunas compras, se detuvo ante la puerta medio abierta del apartamento que quedaba frente al suyo; extrañada, se acercó para comprobar que los dueños estuvieran adentro, y lo que vio la hizo dar un grito que alarmó a su esposo que la esperaba desde hacía mucho.

En el centro de la sala había un cadáver bañado en sangre. Al principio, la vecina no se dio cuenta que estaba desnudo pero si pudo reconocer que era el de una mujer.

Estaba de espaldas sobre la alfombra, con un brazo extendido hacia un sillón, la cabeza girada hacia un lado, los ojos abiertos, la boca como si quisiera seguir gritando y el largo pelo amarillo alborotado y lleno de sangre casi coagulada.

Más allá estaba un hombre, casi un muchacho, tirado de espaldas contra una pared, con la pata de hierro colado de una lámpara alta sobre las piernas, una botella vacía de whisky en una mano y un enorme cuchillo de cocina en la otra. Tenía sangre en la ropa, un golpe en la frente, la camisa desgarrada, varios rasguños en el pecho y dos líneas largas y rojas en el lado izquierdo de la cara y el cuello. Los detectives dijeron que eran las marcas de dos uñas que se hundieron en la carne mientras su dueña trataba de defenderse de aquel ataque salvaje y mortal.

Cuando llegó la Policía, el hombre todavía dormía. Había sangre por todas partes y la escena hablaba por sí sola. No había que invertir mucho tiempo. La pareja discutió, el hombre estaba borracho, atacó a la mujer, esta se defendió, él la acuchilló hasta matarla y el whisky que tenía en las venas le impidió escapar. Elemental.

Un día después, él hombre declaró que él llegó a su casa a eso de las dos de la tarde; venía de trabajar y estaba cansado. Se tomó varias cervezas con algunos amigos y se despidió de ellos antes de que su mujer fuera a enojarse. Cuando llegó, la encontró en el suelo, en un charco de sangre fresca.

En ese momento alguien (no podría decir quien) lo golpeó en la frente con un objeto duro y pesado, y hasta allí podía recordar.

El no llevaba esa botella de whisky, jamás había visto aquel cuchillo y nunca le hubiera hecho daño a su mujer. ¿Y los arañazos? No sabría decir cómo aparecieron en su cuerpo ni cómo se desgarro su camisa y menos cómo se manchó tanto con la sangre de su señora.

El fiscal, por supuesto, sonrió. El caso era más que claro. Le esperaban al menos treinta años en la cárcel. El abogado de la Defensa Pública no sabía ni qué decir.

Entonces le aconsejó un arreglo con la Fiscalía, declararse culpable, y esperar la piedad del juez. Seguramente no estaría en la cárcel más de quince años. Once o doce si mostraba buena conducta. El hombre se deshizo en lágrimas. El fiscal, de corazón de piedra, le advirtió al abogado defensor que no aceptaría ningún trato.

LA DNIC. En criminalística se enseña que la principal virtud del investigador Criminal es la observación. También se le enseña que un estudio de la víctima es casi siempre una gran fuente de información que ayuda a resolver los casos con mayor rapidez.

Además, la psicología criminal prepara a los investigadores para leer en la firma del asesino la carga psicológica que este deja marcada en cada detalle de la escena, de aquí que se reduce la cantidad de sospechosos y, al conocer un motivo del crimen, aunque sea hipotético, el caso está en camino de ser resuelto. Y mucho de esto han aprendido los detectives de Homicidios de la DNIC.

Por desgracia, si parece que la investigación criminal en Honduras ha fracasado, es por la carga de trabajo de cada investigador, imposible de resolver ni en un milenio, y por la escasez de recursos que parece ser una maldición de todas las administraciones.

Y, claro está, en este tema no caben soluciones mágicas ni mucho menos terquedades infantiles o, lo que casi es lo mismo, chocheces cuasi seniles disfrazadas con delirios de grandeza.

La criminalidad en Honduras es una realidad que no se equivoca y que deben enfrentar quienes están preparados para ello, y punto. A menos que, como siempre sucede, los intereses del diablo no sean los mismos intereses de los santos.

Análisis. 'Hay un detalle en este caso que me inquieta –dijo el detective, mirando una de las fotografías de la esquina del pizarrón-. Hay demasiada violencia, demasiada saña contra la víctima y demasiada sangre en la escena. ¿Qué nos dice esto? Que el asesino no solo estaba furioso sino también estaba decidido a destruir a la mujer, a hacerle el mayor daño posible…'

'Más como si fuera una venganza'.

'Algo así'.

'¿Qué más notamos en la escena?'

'Si releemos el expediente nos damos cuenta que el sospechoso no tiene heridas de consideración en el cuerpo más que los aruñones…'

'Y debería tener heridas parecidas en los brazos'.

'Sí, heridas de defensa. Quien mata con cuchillo o quien estrangula a su víctima, por lo general recibe aruñones de defensa de parte de su víctima, si es que esta tiene la uñas largas. Y esta mujer las tenía largas, al menos, lo suficientemente largas como para dejar marcas profundas en los brazos de su atacante…'.

'Pero en las fotografías del sospechoso no se ven más heridas que las del pecho y las de la cara y el cuello…'.

Hubo un instante de silencio. Al final, el detective agregó, señalando un grupo de fotografías casi en el centro del pizarrón.

'Si nos fijamos bien –dijo-, la mujer tiene heridas en las palmas de las manos; dos, para ser exactos. Son heridas de defensa. Las primeras cuchilladas no la mataron, solo la hirieron, y ella, en la desesperación por salvar la vida, agarró el cuchillo, el asesino lo jaló hacia él y la hirió.'

Vino una nueva pausa. El detective prosiguió: 'Y si vemos las uñas, están completas e intactas; solo están manchadas por la sangre.'

'Y en el expediente no dice que se encontraran restos de piel o carne en ellas… Y la autopsia parece que fue hecha minuciosamente…'

'Entonces, ¿de donde aparecen esos rasguños?'

'¿Y el golpe en la frente?'

'¿Y las declaraciones del sospechoso que dice que nunca había visto ese cuchillo?'

'Según la defensa, los amigos que él menciona en su declaración confirman que estuvo con ellos tomando cervezas hasta eso de la una de la tarde'.

'Y el forense dice que el crimen se cometió más o menos entre las doce del mediodía y las dos de la tarde, o sea, unos quince minutos antes de que la vecina descubriera el cadáver'.

'¿Qué más tenemos?'

'Fotografías, el expediente, videos de vigilancia…'

'Bien. Tal vez estemos perdiendo el tiempo teniendo tantos casos por resolver. Este ya vino resuelto y a la muchacha la entierran mañana… ¡Qué maldición es la pobreza! ¡Solo a los pobres les pasan estas desgracias! Bien… Empecemos de nuevo… Estamos ante un crimen pasional, ante una posible venganza; el asesino quiso destruir a su víctima, lo que significa que la odiaba; y en este punto hay que establecer la diferencia: odio con ira, y no solamente la supuesta ira o cólera del momento; el criminal quiso causarle el mayor daño a la muchacha y, por lo tanto, el mayor sufrimiento posible… ¿Por qué? ¿Por una simple discusión? ¿Por celos? ¿Por despecho? ¿Por qué estaba desnuda la víctima? ¿La encontró su esposo con otra persona al llegar a su apartamento? ¿Tuvo sexo antes de morir? ¿Hay señales de esto? ¿Ven las fotografías del pecho, de los senos, del abdomen y de las piernas? ¿Qué significan esas lesiones? Si se fijan bien, no tiene heridas en la espalda, solo al frente… ¿Qué significa esto? ¿Alguien tiene algo que opinar? ¿Estamos ante un asesinato común y corriente, ante un simple parricidio? Vamos a tomarnos un descanso y mañana seguimos con el caso. Quiero que un equipo entreviste a la familia, que hable con el mayor número posible de personas que la conocieron, sobre todo su madre…

Quiero que averigüen con quien dormía en Honduras, por qué se fue de aquí, que consigan nombres de novios, de maridos, de amantes, de amigos, de enemigas, todo, todo lo que pueda servirnos. ¿Quienes van a ir a la vela? Quiero dos voluntarios y un chofer...'

Continuará la próxima semana...