Editorial

Las caravanas y la desesperanza

Las caravanas de hondureños y hondureñas que se registran en los últimos días hacia los Estados Unidos han conmovido, sin duda, la conciencia ciudadana. Su magnitud impacta a primera vista. Golpea ver como las personas emprenden un largo camino detrás de un sueño que no han podido realizar en la tierra que les vio nacer.

Es un fenómeno (el de la migración) que se expone de esta manera con fuerza frente a los ojos de la ciudadanía, aunque ha estado presente, de manera silenciosa, por muchísimos años más. Las cifras que manejan los organismos defensores de los derechos humanos y de los migrantes, y los números de las deportaciones, así lo reflejan. Entre 2016 y 2017 más de 116,000 hondureños iniciaron por su propia cuenta, solos o acompañados de coyotes, la peligrosa ruta. Fueron muchos los que llegaron a su destino, pero también muchos otros fueron deportados, murieron en el camino o regresaron a su patria mutilados. Esa es la triste realidad de los migrantes hondureños, los mismos que hoy, por distintos motivos, se unen a una caravana con la esperanza de llegar a un país donde creen que podrán tener mejores opciones de vida. Porque lo que sí queda claro es que las motivaciones de quienes promovieron la caravana no son las mismas de las personas que se han unido a la misma. Eso se ve en los rostros de las mujeres que cargan a sus bebés, los hombres que van solos o acompañados de sus esposas e hijos, y de los mismos niños que van solos con la esperanza de “estudiar lo que sea y trabajar para ayudar a mi mamá”, como dijo a periodistas un menor de tan solo 10 años, originario de Gracias, la misma ciudad natal del presidente de Honduras. Se trata, entonces, de que los funcionarios, los miembros de la clase política que a diario utilizan los medios de comunicación, las redes sociales y cualquier canal al alcance de su manos para defender sus posiciones políticas y atacar las contrarias, hagan un alto, reflexionen y comiencen de una vez por todas a definir las estrategias de atención a las principales necesidades del pueblo, ese pueblo al que acuden cada cuatro años a pedirles el voto; estrategias que tengan como eje transversal la transparencia, la lucha contra la corrupción y el castigo a los corruptos.