Editorial

No hay diálogo, ¿y Honduras qué?

La clase política hondureña ha sido protagonista este martes de uno de los episodios más penosos para el país cuando en la primera reunión, en la que la ciudadanía estaba esperanzada de que se definieran las bases de un ansiado diálogo nacional para buscar soluciones a la crisis que ellos mismos han generado, tiraron todo por la borda. Fueron incapaces de deponer sus intereses personales en favor del bienestar colectivo y se enfrentaron entre sí como niños malcriados, sin importar que eran observados por los representantes de la comunidad internacional que ha venido acompañando el proceso de prediálogo, conscientes de que esta es la única salida viable a la crisis que, aunque muchos no lo acepten, tiene semiparalizado al país.

¿Y cuál ha sido el punto de inflexión? Pues sencillo: que los representantes del partido Liberal y del exaspirante presidencial de la Alianza, don Salvador Nasralla, se oponen a que se sienten junto a ellos dos representantes del Partido Nacional, la fuerza política oficialista.

La oposición dice que allí solo deben estar los dos representantes del gobierno de Juan Orlando Hernández, que al final del cuento son del mismo partido.

Se supo que el enfrentamiento fue fuerte. Insultos, palabras fueras de tono... en fin.

Al representante de la Organización de las Naciones Unidas, Igor Garafulic, que ha estado impulsando el proceso, no le quedó más que suspender la reunión. Tras lo sucedido, no se sabe por ahora si la ONU se retirará del proceso de manera definitiva o seguirá en sus intentos de acercar nuevamente a las partes en conflicto.

Pero mientras eso sucede, el país se encuentra cada día más fraccionado, sin opciones viables para poner fin a una crisis que no afecta a la clase política, porque quiérase o no, ellos tienen recursos económicos suficientes para seguir adelante con sus niveles de vida, pero que golpea fuertemente al resto de la población, principalmente a más de 5.5 millones de hondureños que viven en la pobreza y la pobreza extrema, sin oportunidades siquiera para alimentar dignamente a sus familias o mandar sus hijos a la escuela. Es una lástima que los políticos no lo entiendan así