Editorial

Lucha contra el trabajo infantil

Algunos son visibles, recorren las calles limpiando vidrios o vendiendo confites, agua, semillas, frutas o achinería, a la vista e indiferencia de funcionarios públicos que de forma abusiva se abren paso en el tráfico en vehículos pagados por los contribuyentes y de una sociedad en general que ha dejado de avergonzarse por su presencia.

Otros se encuentran en las sombras, en casas, negocios, tugurios, donde sus cuerpos todavía en crecimiento realizan tareas que les corresponden a los adultos.

El trabajo infantil, al que la ONU dedica este día, es una de las peores manifestaciones de la pobreza que las cifras oficiales no pueden maquillar y del fracaso gubernamental en garantizar los derechos fundamentales de la niñez consignados en leyes y convenios internacionales.

Hasta finales de 2016, el INE registraba cerca de medio millón de infantes obligados a trabajar, con una concentración de 68.2% en el área rural y de 31.8% en la urbana, siendo Tegucigalpa, San Pedro Sula, La Ceiba y El Progreso las ciudades con los mayores índices.

El 74.4% son niños y el 25.6%, niñas. La mayor incidencia de trabajo infantil es en la agricultura, silvicultura, caza y pesca (52.6%), seguida del comercio al por mayor y menor (18.6%), la industria manufacturera (11%), construcción (4%), transporte y almacenamiento (1%) y explotación de minas y canteras (0.2%).

Muchos infantes, vestidos con su uniforme escolar, salen a trabajar antes o después de ir a sus clases, lo que impacta en su rendimiento académico; otros, nunca tuvieron estudios o desertaron porque debían contribuir con el sustento de su hogar. Pero además, el trabajo infantil afecta el desarrollo físico y mental, sin mencionar los peligros a que están expuestos en la calle y lugares de trabajo.

Poner fin a todas las formas de trabajo infantil para el año 2025 es una de las metas del Objetivo de Desarrollo Sostenible.

Con ese fin, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) plantea la necesidad de “un nuevo enfoque en las políticas nacionales”, así como “fortalecer el funcionamiento de las instituciones” que velan por los derechos de los niños, entre otros. Pero en esta lucha falta ante todo voluntad política y que recuperemos la vergüenza por nuestros niños trabajadores.