Editorial

Imparables tragedias viales

En la semana recién pasada, una pareja que caminaba por una acera en San Pedro Sula fue embestida por un vehículo que volcó varias veces tras impactar a exceso de velocidad contra la esquina de un puente, matando en el acto al esposo y dejando gravemente lesionada a la mujer embarazada. Otra, que iba en moto, fue embestida en la carretera a Tela por un bus que rebasaba a otro vehículo; ninguno de los cónyuges, que dejan a un hijo de siete meses de nacido, sobrevivió. Mientras que en Comayagua, unos esposos y su hija murieron en el accidente entre un pick-up y un camión; y en Choloma, un motociclista murió arrollado por una rastra. La lista de fallecidos en accidentes viales es casi tan copiosa como la de las víctimas de homicidios, por algo son la segunda causa de muertes violentas en nuestro país. Y es que cada vez con mayor frecuencia vemos en las páginas de sucesos los reportes de esos hechos trágicos en las carreteras que se han convertido en una epidemia y ni la población ni las autoridades parecen ya sorprenderse, mucho menos preocuparse por ello.

Las estadísticas nos ubican como el tercer país de Centroamérica con más muertes por accidentes de tránsito, superado por El Salvador y Guatemala. Uno de los factores señalados por las autoridades es el acelerado crecimiento en los últimos cinco años del parque vehicular que asciende a un millón 660 mil 415 vehículos, de los cuales 643,735 son motocicletas. Otros son el exceso de velocidad y el consumo de bebidas alcohólicas, que convierten las calles y carreteras en una selva en la que no hay control, orden ni vigilancia.

El irrespeto de muchos conductores, la falta de cortesía, el abuso con el peatón, hacen de la calzada un escenario violento y angustiante, sin necesidad de que entren en acción los vándalos, sicarios y amigos de lo ajeno.

La indiferencia de las autoridades ante estos hechos que son previsibles fomenta la despreocupación y la irresponsabilidad de conductores, ya sea particulares o del transporte público.

La seguridad y el respeto a la vida humana deben garantizarse también en las carreteras, pero si la autoridad no interviene con medidas determinantes seguiremos sumando tragedias que sí se pueden prevenir.