La discriminación es una manifestación de intolerancia que afecta a personas, familias y grupos sociales dentro y fuera del país. Niños objeto de bullying, mujeres con menores oportunidades que sus pares masculinos y ancianos que sufren actos atentatorios contra su salud y bienestar económico son algunas de las víctimas de discriminación, un mal que tiene muchas formas y múltiples consecuencias en la sociedad.
Para el caso, los enfermos de sida, los miembros de la comunidad LGBT o los mismos migrantes en países como Estados Unidos son algunos de los grupos más afectados por el estigma y la discriminación, que impactan en su bienestar, atención y reconocimiento de sus derechos y necesidades.
Ese “trato diferente y perjudicial”, como lo define la RAE, afecta también a mujeres gestantes y adultos mayores en los centros de trabajo, a quienes profesan determinada creencia religiosa o filiación política, y a quienes tienen ciertos rasgos físicos u origen étnico, manifestándose en zonas rurales o urbanas.
La discriminación es incompatible con la igualdad a la que todos debemos aspirar como sociedad y que tiene que ver con todos los ámbitos de nuestro diario vivir. Independientemente de la edad, género o condición social, toda persona tiene derecho a ser tratada de forma equitativa, con igual acceso a la salud, a la educación, a un empleo o a la impartición de la justicia.
Desde 2014, la ONU conmemora cada 1 de marzo el Día Internacional para la Cero Discriminación con el fin de promover la igualdad como un derecho fundamental de todas las personas.
La dignidad y el respeto son inherentes a todo ser humano y esos valores deben ser inculcados empezando por las escuelas y los hogares.
Males como el machismo, la desigualdad social, la violencia y la corrupción tienen el germen de la discriminación, porque quienes los fomentan y practican demuestran desprecio por ese prójimo al que no consideran igual ni digno de gozar de los mismos derechos y oportunidades. Luchemos todos contra la discriminación.
