Columnistas

Un discurso congelado en la guerra fría

Durante el 78 período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), el escenario del mundo para replantear políticas globales, donde el discurso suele ser la herramienta diplomática para exponer, fortalecer una línea de pensamiento y proyectar las bases de un futuro para la nación que se representa, la presidenta Castro Zelaya llegó y se paró frente al podio para repetir la arenga de su campaña electoral: “el rencor contra la dictadura de Hernández”.

En el mismo discurso defendió y exaltó la dictadura de Maduro, Ortega y Díaz Canel. Además, exigió el derecho internacional que viola el principio del respeto a la autodeterminación de Cuba, ignorando que Rusia y China están dentro de la isla desde hace 60 años. En resumen, la presidenta fue a quejarse de la sociedad civil, de la oposición, de los conservadores y hasta del pelotón que fusiló al general Francisco Morazán hace 184 años.

Esta vez escuchamos un discurso de rencores acumulados detrás de su investidura, la cual está escrita por los que se tragaron las últimas piedras del muro de Berlín y que hoy vegetan en los polvorines de la guerra fría, con disertaciones nostálgicas de Fidel Castro, donde se presentó en esa misma tribuna el 26 de septiembre de 1960, enfundado en su uniforme verde olivo, denunciando las “agresiones imperialistas” y condenando las desigualdades de una isla satélite del comunismo de la época.

Recordemos que Nikita Kruschev, guía de la desaparecida Unión Soviética, también declaró una lucha por los pueblos para sacudir el yugo extranjero. Por su parte, Muamar Gadafi subió al escenario y criticó con fiereza el papel de las Naciones Unidas, a quien acusó de responder a los intereses de las grandes potencias. ¡Estos sí eran grandes líderes que mantenían la fuerza de una lucha permitida en defensa de sus pueblos!

Pero en estos tiempos, y en estas honduras, nunca se ha tenido una revolución armada, sino que montoneras de harapientos por el poder y capataces de fincas con ínfulas de caudillistas, donde el desempleo, la miseria criminal y una corrupción paralizante es la guerra que se debe librar cueste lo que cueste; donde lo que en verdad urge es dar la batalla ante un poder público abusivo y establecido para beneficios privados, con una desigualdad descomunal, sin independencia judicial, sin tribunal de cuentas, sin Ministerio Público y con una directiva ilegal en el Congreso Nacional ausente y vacío.

No hay peor dictadura que la pobreza y la exclusión social, un mercado laboral devastador y precario, además de un desempleo que raya en la crisis de salud mental y desesperación social. Para esta guerra real, se necesitan políticas que estimulen la creación del empleo decente, la educación y formación profesional, la protección social y la igualdad de oportunidades, señora presidenta.

Aunque usted no lo sepa: el hambre es el resultado más dramático de la pobreza, visto que provoca enfermedades, mortalidad infantil y menor esperanza de vida. Para erradicar este grave problema se requiere de acciones tales como el aumento de la producción y distribución de alimentos, el apoyo a la agricultura familiar y sostenible, el combate al desperdicio alimentario y el respeto al derecho de la alimentación. A ese respeto es al que debe dirigirse usted ante el mundo, no al de dictadores arcaicos y matarifes.

Honduras quiere otro discurso que vaya sobre una respuesta urgente y solidaria. Su voz es fuerte en los altoparlantes de la ONU, así que debería ser consciente de su responsabilidad como ciudadana global y actuar en consecuencia. Solo así podrá liberar a este pueblo de las cadenas que lo oprimen y fusilan todos los días a bala viva, como ciertamente lo hicieron con Morazán. Todo esto es la dictadura que hay que vencer, pero no defender, menos a la de Nicaragua donde ofrecen refugio dorado a sus enemigos.