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Preguntar es lo más fácil

Una de las estudiantes de la primera fila leyó, a petición del profesor, el texto del artículo 21 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos “1. Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos... 3. La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto”.

Después de agradecer su colaboración a la joven, el maestro preguntó a todo el grupo: “¿A qué derechos se refieren estas líneas?”. Sin mediar pausa, las respuestas comenzaron a escucharse. “El derecho al sufragio”, respondió alguien desde el fondo, “Elegir y ser electo”, dijo otro. “El derecho a participar en los asuntos públicos”, terció una más.

Satisfecho de la reacción colectiva, el mentor se animó a continuar interrogando. “Preguntar siempre es fácil”, se dijo a sí mismo. El tema interesaba lo suficiente al grupo como para indagar anticipadamente su opinión sobre el proceso electoral del siguiente año: era un buen barómetro pues se trataba de población joven, la misma que suele ser el objetivo de las campañas y quizás votaría por primera (o segunda vez).

“El próximo año se celebrarán elecciones en el país -explicó el profesor- ¿quiénes de ustedes no votarán?”, preguntó, sorprendiendo con la interrogante a sus discípulos, quienes imaginaron que la cuestión se formularía en positivo.

Las respuestas fueron variadas. “Por nadie. Todos son iguales”, dijo uno, con desdén. “No hay opciones”, agregó otro, con tal firmeza que probablemente convenció a más de algún inseguro. “No creo en los políticos”, sentenció alguien más. No faltó quien dijera que no había certeza si tendría su documento de identificación -por aquello de los asaltos- o si estaría lejos de su domicilio. Causó hilaridad la respuesta de un alumno con gorra deportiva: él prefería ver un partido de fútbol internacional en vez de caminar, asolearse y hacer fila para votar.

Fue entonces cuando una joven levantó la mano, pidiendo la palabra. Tratando de recuperar la atención de su audiencia que todavía reía, el profesor la individualizó: “¿Y usted por qué no irá a votar?”. Sin pestañear, la estudiante respondió: “Yo no creo en la democracia”. La frase sonó contundente y hasta pareció que los demás alumnos y alumnas guardaban un silencio respetuoso, casi como el que se solicita a una concurrencia para homenajear a los fallecidos. Transcurrió un puñado de segundos, antes que el profesor reaccionara y agradeciera a la joven su opinión. Pudo advertir que varios de los y las jóvenes la miraban, quizás deseando haber contestado con aquella sinceridad.

“Preguntar es lo más fácil”, se dijo el maestro nuevamente, antes de cambiar la interrogante e interpelarles quiénes irían a votar. No se sorprendió para nada cuando vio que no había ni una mano levantada.