Columnistas

Pasado y presente

Los estudios sobre San Pedro Sula determinan que hasta inicios del siglo XX fue una urbe escasamente interesante, nada grande ni menor excepto haberse adentrado temprano en cultivos de exportación, particularmente banano, que inyectó robustez económica a su chica burguesía. Para 1930 no había sido invadida (en buen sentido del término) por migrantes árabes con alto manejo del comercio celular, o sea poquitero (sin demeritar, insisto) pero que luego habitaron la comuna tras los desastrosos huracanes de la década y que prácticamente los expulsaron del interior, con especificidad de Santiago, donde no sólo habían constituido activos bastiones de mercado sino que además les facilitaba nacionalizarse con escasos requisitos. El “baisano” llegaba a la alcaldía con tres testigos, quienes aseguraban haberle sanado el ombligo o chineado cuando nene, no importara que a los veinte años apenas si hablara español con el secretario municipal. Este, obvio, recibía palmaditas de afecto envueltas en dólares.

En la misma década ya existían allí “dos fábricas que explotaban el negocio de café molido, más cuatro de ropa y que eran La Perfección (de Andonie y Walkin), Flor de Lis (de Filiberto Montes y Hno.), La Sampedrana (de Jacobo D. Kattán) y una más cuyo propietario se apellidaba Miselem; una cervecería de la Unión y Ulúa, y la Tabacalera King Bee”, cuyo edificio, asignado a otros fines, aún adorna la arquitectura local.

Igual había “una fábrica de jabón; dos de calzado; tres dedicadas a colectar miel de abeja (de Enrique Bähr, Soledad Fernández y Hnos., y José I Fernández), más una de velas (La Equitativa), otra de macarrones (de Emilio Aronne), de insecticidas (la Radiun), de maicena y de confites (propietario Carlos Patiño), de baúles (Cuadra Industrial S. A.) y dos de hielo. A ello se sumaban dos industrias de ladrillo (de Carlos Trau y Enrique Bähr) y dos de aguas gaseosas (La Rosa y Calle de Sula, pertenecientes a Cervecería Unión y Ulúa, y de Maximiliano Trejo, respectivamente)”, cita Marvin Barahona en su valioso compendio “La hegemonía de Estados Unidos en Honduras. 1907-1932”. (Cedoh, 1989).

Por ausencia de registros faltan cien otros negocios periféricos: venta de leña para hornilla, carbón, plantas medicinales, abonos, jaulas de mimbre, pájaros y animales (tucanes, zorzales, conejos) para casa, tiestos (maceteras, frideras, ollas de barro), aceites naturales, caites, fajas, cinchos, estribos, monturas, polainas, productos de herrería (espuelas, herraduras, armas de metal, cuchillos, pujaguantes, azadones) y lo más jugoso: aguardiente, guaro, chicha, gato de monte clandestino mayormente vendidos, en la urbe costeña, dentro de los antros más escandalosos de época: los bailongos descarados del llamado Cumajón (luego Vietnam), donde los campeños (mozos de bananeras) quemaban su salario en el más rijoso barrio sampedrano con maricas y putas (los primeros preferidos por timekeeper y oficiales gringos). Las rockolas tronaban en cada metedero (cantinas, burdeles de más o menos sofistique) en que se bailaba woogie boogie e incluso charleston. Maravillas de época. Mal fin de semana si la violencia dejaba sólo uno o dos macheteados en la calle... Ahora comparemos...