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Para decir con Hamlet “ser o no ser”

Puestos a singularizar hay dos formas habituales de gobernar: primera, cuando el presidente llega a la administración sólo a pasarla; ciego, sordo y mudo no procura ningún cambio y la vida sigue igual. Segunda, cuando el mandatario cree en la revisión estructural, que ya está bien de pobreza, injusticia y corrupción, que es necesaria otra vuelta de tuerca, pero ¡agárrense!

La vida, con sus designios incontestables, nos ha puesto varios años en Casa de Gobierno para cubrir a diferentes presidentes de distintos partidos; y es sorprendente cómo algunos pasan olímpicamente del barrio y sus casas de estufas apagadas, las calles de muerte, el desasosiego de los jóvenes, la desesperanza de los adultos.

Probablemente estos presidentes no fueron siempre así; quizás de jóvenes -como todos- soñaron con grandes hazañas, aportar algo y cambiar las cosas; y ese instinto, atizado con ambición y tenacidad, los llevó sin remedio a la afiliación partidista, al liderazgo, la candidatura.

No quiero decir sus nombres, por las confianzas que me dieron, pero no me inhiben de episodios peculiares, como cuando un político me invitó a un restaurante chino en busca de apoyo para la lejana posibilidad de ser presidente de su partido; lo logró, y años después era candidato a la presidencia de Honduras.

Con otro soñador quedamos en un restaurante brasileño o algo así, para decirme que aspiraba a la Alcaldía de Tegucigalpa; como lo tomé a broma y me pareció surrealista que aquel superficial y vacuo personaje arbitrara la maraña capitalina, me aclaró que tenía todos los apoyos, y ganó, dos veces.

En el primer mes en el cargo del fulgurante candidato, ahora funcionario, se disipa la euforia del triunfo, por el martilleo incesante de las palabras más repetidas: falta, necesitan, requieren, piden, exigen, reclaman, protestan, conspiran, amenazan; paralizándolo.

El derrumbe llega cuando se entera de que va a gobernar, pero no a mandar; lo atosigan con exigencias de cuotas de poder empresarios, banqueros, térmicos, maquiladores, importadores, exportadores, las embajadas estadounidense y europeas, y hasta las iglesias, etcétera.

Además acechan los grandes problemas de toda la vida, pongo sólo unos cuantos: el caótico sistema educativo, la carencia y anarquía en la red de salud, la alarmante violencia, el manoseado negocio de la electricidad, el precio internacional de los combustibles, el mordaz desempleo, la implacable pobreza, el agobio de rentas bajas y la insuficiente recaudación.

Apartando a los corruptos, en este desalentador paisaje ¿qué es más fácil? Aprovechar los privilegios del poder y pasar los cuatro años sin molestar a nadie; o cambiar ciertas injusticias, no sin el ataque despiadado y brutal de los dueños del reino. “Ser o no ser”, diría Hamlet, esa es la cuestión. Si me dijeran: “pedí un deseo”, seguro no sería la presidencia de la República.