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Odio e impunidad que deshonran las redes

Dicen que todo tiempo pasado fue mejor y algunos coinciden en que hasta más feliz, aunque hay teorías y muchos libros que contradicen esta proposición. Sin embargo, una revisión rápida, un paseo ligero por las redes sociales turban de cuánto odio inquina y resentimiento exprimen los hondureños amargándose.

No pasaría mucho si su rencorosa descarga emocional solo fueran críticas y exigencias contra el poder, el sistema, o si arremetiera feroz contra las injusticias, pero no, gran parte de los usuarios de las redes sociales encuentran en la mentira su arma más efectiva para destruir y conseguir seguidores.

Los insultos descienden al lodazal, la procacidad, el lenguaje barriobajero, soez, ordinario; y más se encienden cuando el forcejeo verbal ocurre entre los mismos usuarios; unos dicen y otros contestan lo que jamás se dirían frente a frente, porque escondidos en las redes sí son valientes.

Estos individuos de comportamiento canallesco encuentran a las víctimas de su frustración entre los personajes con alguna imagen pública; sus favoritos son los políticos, a quienes destruyen sin piedad, pero no escapan los futbolistas, periodistas, cantantes, sindicalistas, lo que se les ponga delante.

Desde la antigüedad y hasta ahora -entre pueblos bárbaros e incluso la mafia- siempre hubo trato de distancia y de cierto respeto hacia las mujeres; así, muchos pensaron que estos descarados contendrían su bestialidad, pero tanto a las funcionarias como a las damas de la oposición solo por su condición femenina las destrozan con sus agravios.

El otro abuso volátil y pernicioso de las redes sociales es la información falsa, la noticia inventada que intenta destruir honores y confianzas de personas e instituciones. A veces la publicación es tan absurda y desproporcionada que es sorprendente cómo mucha gente la cree, a pesar de que la han engañado una y otra vez.

Quizás eso le ha dado tanto valor a la mentira, que hasta ciertos personajillos empresariales, periodísticos y políticos no se ruborizan para mentir con descaro, acusar sin pruebas, manipular los datos, tergiversar los hechos; como una forma de presión y chantaje. Lo malo, lo triste es que todavía hay quien les cree.

Como todo delito, el insulto y la mentira tienen su fuente nutritiva en la impunidad, la falta de castigo, y aunque en 2019 el gobierno intentó frenar los ultrajes en las redes sociales, se le pasó la mano: pretendió sancionar hasta las opiniones o conceptos que cualquiera tuviera y desató la protesta general y temor a la censura y la opresión.

La conducta autodestructiva en las redes sociales muestra una sociedad rota, maledicente, vengativa, un país distópico. Solo cambiará cuando se sancione al soez y al falsario, y vuelva el respeto, la crítica responsable, sin importar que el otro piense distinto, defienda lo imposible o diga boberías.