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Las redundancias no son tan malas

La redundancia es posiblemente el vicio del lenguaje más conocido y, para quien lo tiene claro, resulta a veces una innecesaria herramienta de burla hacia quien lo comete, sin darse cuenta de que seguramente él o ella ha caído en más de alguna, principalmente porque no se puede estar atento a cada palabra que se dice. Sobre todo, si se habla del plano de la oralidad, porque hay que recordar que lo oral y lo escrito son códigos distintos.

A pesar del altísimo valor social que se le da a no cometer este error, la redundancia me parece de los deslices menos graves en la comunicación. La redundancia no genera contradicción, solamente se abunda en la información innecesariamente. En todo caso los problemas serían dos: primero, la afamada economía del lenguaje, y al respecto habría que tomarlo con pinzas, porque está en la frontera de no ser cierto; y el segundo problema que produciría sería estético, y conste que no siempre genera un problema con la belleza del lenguaje.

Cuando se da un informe del tiempo en la radio, por ejemplo, se dice que la máxima será de 24 grados y la mínima de 15. Como toda comunicación es contextual, y en este caso es de uso inmediato, es decir, no se tiene la aspiración de que sea una información que perdure, se puede prescindir de “máxima” y de “mínima”, porque no hay quien no tenga claro que 24 es más y 15 es menos, sobre todo porque nunca se da las medias o los promedios. Se puede decir que la temperatura oscilará entre 24 y 15, incluso dejando de fuera los grados, porque, qué más va a ser, ¿manzanas? Alguien podría argumentar que la palabra “Celsius” es necesaria, pero en Honduras nunca brindamos la información del tiempo en Fahrenheit.

Sin embargo, la oralidad en algunas ocasiones, por un tema de ritmo, de énfasis o de simple costumbre, nos exige decir que la temperatura máxima para Tegucigalpa será de 24 grados y la mínima de 15 grados Celsius o centígrados. Y está bien.

De igual modo anteriormente escribí: “no se tiene la aspiración de que sea una información que perdure...”, evité que quedara así “que perdure en el tiempo” (que a veces se usa), porque es redundante, pero quizá la palabra “tiempo”, en algún contexto, me puede servir para dar ritmo, acento o énfasis.

Pero para ejemplo de énfasis queda mejor la palabra “todo”. “Que entre todo el grupo”, en este caso si uso la palabra “grupo”, se entiende que es la totalidad, no una fracción (otro énfasis); sin embargo, según el contexto, la palabra “todo” me pueda ayudar a enfatizar que no quiero que se quede nadie afuera. Enfatizo la no exclusión. Y estoy seguro de que alguna vez usted habrá usado “todo” de esta manera. Debe usarse, en todo caso, con criterio.

Por supuesto que como docente procuro enseñar la belleza de la lengua, pero es que esta es mucho más compleja que la simple corrección, sobre todo de este tipo. Lo que sí me preocupa es que los estudiantes y los hablantes, en general, tienen problemas para articular dos cláusulas, es decir, no pueden usar conectores como conjunciones y preposiciones, generando unas contradicciones (ahí sí) terribles. He escuchado y leído casos en los que se usa “pero” en lugar de “y”, por citar el ejemplo más vago, elemental y burdo que recuerdo. Y este sí es un problema serio de lógica, y no veo ni a docentes ni a nadie, con su capa y espada de “protector” de la lengua, corrigiendo estos errores.