Columnistas

La transparencia y la opacidad internacional

En los maravillosos años 80 nació una nueva era: galopaba la ciencia, la tecnología, la medicina; nacían los celulares, internet; metamorfoseaba la música, el cine; tronaba la política, se perfeccionaba la guerra; crecían los excesos, la suntuosidad, el glamour. Entonces, no se hablaba de corrupción, no estaba de moda.

Desde luego, había muchos corruptos, tantos corruptores, copiosa corrupción. Los casos escandalizaban y los sorprendidos culpables iban a prisión revueltos entre otros condenados por delitos habituales. La corruptela no se consideraba sistemática ni un vicio de la sociedad.

Hasta que los políticos descubrieron la acusación de corruptos para sus adversarios, y las multinacionales para presionar a los gobiernos y los organismos financieros como el Banco Mundial y el FMI para condicionar sus recetas, y una infinidad de ONG encontraron un filón para recaudar fondos y hacerse notar.

La que más ruido hace por el respaldo económico y de divulgación que tiene es Transparencia Internacional. Fue fundada en 1993 nada más y nada menos que por un exdirector regional del Banco Mundial, Peter Eigen; el exmiembro de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Michael J. Hershman; el asesor en comunicaciones del BM, Frank Vogl y el magnate del azúcar, George Moody Stuart. Sólo para saber por dónde vienen los tiros.

El cuestionamiento frecuente con la organización TI es su método para señalar la corrupción, porque lo basa en encuestas a ciertas personas: funcionarios, empresarios, inversionistas, dirigentes, gente así, que no tienen datos concretos, sólo lo que piensan o creen, es decir, su “percepción”, como inevitablemente tienen que llamar a su bullicioso “índice”, que puede variar un océano de un país a otro.

Y si estos índices son empíricos y nada fiables, la página de TI reconoce que para su funcionamiento basal reciben dinero de organismos y gobiernos, aunque no hay cifras, citan al Departamento de Estado de EUA, la cooperación de Francia, Canadá, Países Bajos, Taiwán, Dinamarca, Reino Unido y Alemania, donde tienen su sede en Berlín.

En nuestro suelo, para más inri, Transparencia Internacional se ligó con la ASJ, cuestionada inevitable por sus inocultables vínculos con el gobierno anterior, y cuya indulgencia de entonces contrasta con su frenética actividad de ahora por cualquier pretexto.

Por su naturaleza subrepticia y su amplio radio de complicidad la corrupción es difícil de detectar con precisión y perseguirla con claridad, y aunque hay casos documentados, el control férreo de los operadores de justicia permite la impunidad. Por eso los políticos y empresarios implicados se matan por manejar la Corte Suprema y la Fiscalía.

La corrupción envilece las sociedades y destroza el desarrollo, y sólo se puede combatir con organismos fuertes e independientes del poder político, económico y de las embajadas, por ejemplo.