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La constante sumisión del hondureño

Han pasado muchos años desde que en España el directivo de un equipo de fútbol de La Liga me contó que se habían llevado esperanzados a un gran futbolista hondureño, un joven de 20 años, muy técnico, con visión de campo, juego a los espacios y buen rematador, pero esas cualidades se opacaban por la nostalgia de su tierra y la inadaptabilidad al extranjero.

Guardo el nombre del equipo para superar presunciones sobre dicho futbolista. Al principio fue la comida: lejos de la carne asada, las tortillas de maíz, los frijoles y mantequilla, el cordero era extraño, las alubias, la merluza, esa tortilla de papas. Después, en el entrenamiento el frío paralizante, la frecuente lluvia de gotas gélidas como cuchillas. Sus llamadas diarias a Honduras para contar su vida desambientada.

Pero lo que más entumeció su talento fue la relación con los compañeros de equipo; estaba bloqueado ante los jugadores europeos, descendió en él esa irrefrenable sumisión del hondureño frente al extranjero, heredada a saber desde qué tiempos de conquista, esclavitud, sometimiento, empobrecimiento y deficiente academia.

Octavio Paz, el Nobel mexicano, reflejó en su ensayo “El laberinto de la soledad” los orígenes y las causas del comportamiento de sus compatriotas, para concluir que los hechos históricos pesan como una losa en el pesimismo y la impotencia del ciudadano. Su historia, desde los ancestros hasta ahora, es bastante parecida a la nuestra.

Que lo hemos visto muchas veces, los hondureños se disminuyen frente a los extranjeros, y parece que fuera casi normal allá afuera, en otras naciones, en algunos casos por la inseguridad que produce estar sin papeles, la estancia irregular. Pero también lo notamos inadmisible dentro del país, cualquier extranjero impone aquí su voz, y hasta hay quien cree más en la capacidad y la preparación de un forastero y desdeña al nacional.

No se trata de promover la xenofobia, por supuesto, sino un reclamo de igualdad; el surgimiento de una identidad nacional digna, de una sólida cultura propia, aunque sea sobre las ruinas de antiguos templos y el derribo de dioses por la imposición de una religión foránea, un hondureño orgulloso de ser lo que es y no lo que quieren que sea.

Ahora que la atención hondureña está en el juicio en Nueva York contra Juan Orlando Hernández, por ejemplo, se vería con otros ojos que enjuiciarán a hondureños allá y la falta de justicia aquí. O cuando la embajadora de Estados Unidos, como otra protagonista de la política nacional, opina de todo, y es para muchos periodistas y otros ciudadanos como si dijera misa.

Tal vez si nuestro insigne futbolista se hubiese plantado en la cancha como argentino, que procede como si mandara, o brasileño, como si fuera el mejor, habría triunfado en la liga española; igual tantos hondureños que van por el mundo subordinados reprimiendo su talento. Como en todo, hay excepciones, claro.