Columnistas

Honduras y su tendencia autodestructiva

Distopía es un país inventado, tiene los peores números de desarrollo y la mayor infelicidad del mundo. Lo imaginaron los mismos que en la ONU crearon el Índice de la Felicidad, sólo para tener una referencia y comparar. Los hondureños nos sumergimos hasta el puesto 53 de 156 naciones, es decir, nuestra felicidad deja mucho que desear y mucho que cambiar.

Puede que el índice sea inexacto y subjetivo, pero tampoco lo necesitamos para convencernos de que no estamos bien como grupo social; basta con ingresar a las omnipresentes redes sociales o medios de comunicación, para comprobar que la malquerencia, el desafecto y la desconsideración abruman implacables.

Quizás el entorno viciado de la política es lo más vengativo y miserable, porque hace tiempo se perdió la doctrina, la formación, el discurso, los ideales, y las comparecencias públicas de los presuntos políticos hondureños apenas sobrevuelan la ignorancia y otros se exhiben rozando la idiotez, para descender la discusión nacional a lo banal e inútil.

Los partidos de oposición, que tienen mayoría decisiva en el Congreso Nacional, la Corte Suprema de Justicia, las alcaldías, también son parte del poder, y muy lejos de aprovechar su condición para marcar el ritmo del gobierno central y encauzarlo en beneficio de todos, los domina la calumnia y la destrucción.

No hace falta lupa para detectar a varios políticos de la oposición con un pasado abyecto y rapaz en los recién pasados gobiernos, y temen que sus expedientes dolosos los conduzcan a los tribunales, así que se aferran con uñas y dientes para negociar su impunidad, que nadie hable de las fraudulentas oenegés, de los ministerios saqueados.

Si a esto sumamos los desvaríos de unos cuantos desquiciados con ambiciones desmesuradas de poder y capaces de calumniar incesantes, el pleito está asegurado, porque desde el partido oficialista tampoco se ahorran diatribas como respuestas.

No pasaría nada si la manifiesta hostilidad quedara entre ellos, pero se esparce como una bruma tóxica a todos sus desprevenidos seguidores, y de ahí se contagia como un imparable virus a casi toda la sociedad, que termina insultándose, matándose, en una lamentable tendencia autodestructiva.

El Índice de Felicidad de la ONU incluye la esperanza de vida, el Producto Interno Bruto (PIB), apoyo social, corrupción, generosidad, pero son sólo datos; sobra decir que se puede ser feliz con poco o infeliz con mucho, pero, no hay duda que el ambiente que nos rodea, los lazos sociales y el factor familiar, también nos acercan a una vida aceptable, respirable.

Ojalá que la gente decente y cuerda de los partidos políticos recobre el control y el discurso, que las naturales diferencias políticas se diriman con diálogo y magnanimidad y se contagie en la actitud de todos; que nos alejen de la indeseada distopía, ese extremo de la utopía ideada por Tomás Moro. Que ya no nos dividan más con odios y banderas