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El nefasto Congreso que se va

Todavía circula por WhatsApp y en redes el meme de Oliva, novia de Popeye, negando cualquier vínculo familiar con Mauricio Oliva, cuando se acusó a este de emplear a su parentela en puestos importantes y con sueldazos; fue solo un episodio más entre la infinidad de señalamientos que recaen sobre el Congreso Nacional que preside -por suerte- hasta el lunes.

La pandemia, que nos afecta y nos asusta a todos, fue para la directiva del Congreso actual como encontrar las minas del rey Salomón; las sesiones, tiranizadas y manipuladas desde el inicio de la legislatura, se convirtieron en una parodia virtual para hacer y deshacer a su antojo.

En las ciudades estado de la antigua Grecia las primeras asambleas reunían a todos en la plaza y tomaban decisiones conjuntas sobre impuestos, obras públicas, apoyo a artesanos o agricultores y declaraciones de guerra; cuando la población creció y ya no cupieron, nombraron representantes, que evolucionaron en los famosos diputados que tenemos ahora.

En el buen sentido, el Congreso Nacional debería de crear, derogar y adaptar las leyes que nos permitieran una vida ciudadana en armonía, con una justa distribución de responsabilidades, derechos y beneficios, es decir, que los “honorables” diputados representaran nuestros intereses.

Pero no, el Poder Legislativo es una inagotable fuente de negocios para unos cuantos -está claro que no todos los congresistas son bandidos-, otros no solo han vegetado por años en el envejecido hemiciclo, sino que cada vez que proponían una iniciativa, una ley o que levantaban la mano, multiplicaban sus cuentas bancarias.

¡Y lo que nos cuesta mantener ese Congreso! Es de lujo. El año pasado se aprobaron 1,208 millones de lempiras, y entre derroches y privilegios, que incluyen infinidad de vehículos costosos para los directivos, guardaespaldas, viáticos, alquileres, viajes -lo que se ofrezca-, en noviembre ya se lo habían gastado todo, y pidieron una “pequeña” ampliación de 46 milloncitos más.

Lo dicho, la pandemia les cayó de perlas. Desde abril de 2020 los diputados desaparecieron del Congreso y no volvieron más, a pesar de que el resto del país se incorporó a la vida laboral casi de manera normal; ya no necesitaban gastarse tanto dinero pagándose el almuerzo, el café y sus viajes a costas del pueblo; debieron salir más baratos, y no ocurrió.

Además, la directiva que sale, presidida por Oliva, fue irrespetuosa y desconsiderada con sus compañeros, no les cedían la palabra, como manda la ley, y llegaron a la ignominia hasta de apagarles el micrófono.

En pocos años nadie recordará el nombre de Mauricio Oliva, salvo que por alguna razón estuviera en la lista de la justicia, pero el perjuicio que su junta directiva le hizo al país tardará un rato en repararse; ojalá que el nuevo Congreso tenga la entereza y el compromiso de devolvernos a los ciudadanos una representación más digna.