Columnistas

El chat como espejo social

Fue una inestimable posibilidad que nos dio la tecnología de romper límites de espacio y tiempo para reunirnos en esa palabra y faena que ahora es tan familiar: el chat. Ahí nos agrupamos con amigos, parientes, colegas, vecinos, compañeros, clientes, socios, correligionarios; también sirve a compinches, cómplices y secuaces, en fin.

Digo que fue una celebración porque nos permitió conectarnos con familiares que hace tiempo no frecuentamos, o excompañeros de colegio o del trabajo cuyos rastros se habían diluido, y nos reímos y sorprendimos de cuántos años han pasado y cuántas libras, y dónde están unos y dónde están otros y quienes ya no están.

Todo iba bien hasta que la execrable condición humana irrumpió en los chats y aupados por la profunda división social, algunos grupos se convirtieron en un insufrible sitio de disputas, afrentas, insultos, descalificaciones y otras barbaridades que -es probable- los creadores de la aplicación no calcularon.

Por ejemplo, en el gremio que por fuerza de vida nos rodea a nosotros -seguro pasa en otros oficios y profesiones- se han abierto varios chats con periodistas, comunicadores sociales y gente de medios. Por alguna razón, como a tantos otros, nos incluyeron, solo para atestiguar las necedades que escriben... bueno, escribir lo que dice escribir, no; digamos, lo que ponen algunos.

Revisamos curiosos algunos de los chats donde alguien -sin preguntarnos- nos incorporó; hay uno con 473 miembros; otro casi llega a los 600; y nos sorprendió que uno tiene más de 800 personas, no sabíamos que pudieran sumarse tantos. De modo que el bombardeo de mensajes es imparable día y noche, y silenciarlos una obligación.

¿Por qué no salirse en defensa de la salud mental? Porque entre las sandeces de algunos, los disparates de otros y las estupideces de varios, hay gente formal que comparte información cotidiana e intercambio de números telefónicos de interés -la razón básica para la apertura del chat- y que varios insensatos y subnormales han distorsionado.

Increíble que algunos defienden en los chats -como si fueran sus parientes- a políticos narcotraficantes y a exfuncionarios ladrones; otros promueven abyectos la desinformación y la mentira; no faltan los que calumnian e insultan al gobierno como chantaje para lograr una plaza para sus familiares o un cheque mensual.

También pendulan entre lo bochornoso y burlesco los sabelotodo, hombres y mujeres que juzgan cualquier noticia que se publique en el chat; “saben” de moral, ética, economía, salud, educación, leyes, obras públicas, psicología, sociología, un poco de fútbol y, puestos a opinar, dictan pretenciosos cómo se debe gobernar.

Pero la mediocridad no es exclusiva, también abunda entre médicos, abogados, ingenieros, empresarios, comerciantes, etcétera. La falta de letras limita el pensamiento abstracto y esa carencia nos deja lo que tenemos. El chat es solo un espejo.