Columnistas

Como nunca, Honduras atraviesa por momentos de zozobra generalizada, la sociedad convulsiona presa de las calamidades que nos imponen algunos factores naturales entre los cuales se destaca la enorme sequía que asola gran parte del territorio nacional, reduciendo ostensiblemente la capacidad de producción de alimentos básicos, la elevación de los precios de la canasta familiar y, por consiguiente, la reducción indetenible del nivel de bienestar entre los hondureños, agréguese a este fenómeno el escape masivo de miles de compatriotas, que huyendo de esta pesadilla catracha arriesgan sus vidas sobre los vagones del tren de la muerte en México y en las candentes arenas de los desiertos del suroeste de los Estados Unidos, en persecución de ese fantasioso sueño americano, provocando una pérdida irreparable de la fuerza laboral particularmente en nuestras zonas rurales.

Por otro lado, el alto grado de ansiedad que, según los psiquiatras del patio, obedece a los múltiples errores cometidos por esta administración pública y particularmente por el Congreso Nacional, errores que obedecen a la insensatez, ceguera, impericia y soberbia que provoca la política de perseguir el poder absoluto, aunque para ello se atropellen los principios más sagrados de la Constitución de la República y se echen por la borda los anhelos de cambios profundos que el país entero ha perseguido por décadas.

Las metidas de extremidades que se suceden cada 24 horas como erupciones de volcanes destructivos esparcidos en todo el territorio nacional, opacan con sus nubes de negra ceniza los pocos aciertos y los escasos esfuerzos de algunos funcionarios que sí intentan hacer las cosas bien.

Atrás quedaron los compromisos de campaña de nuestra mujer presidenta, enterrados por la negligencia de un equipo que, a medio tiempo del juego, no encuentra la pelota y mucho menos las metas donde se hacen los goles del éxito. Igual perjuicio para el logro de esas promesas están las desaforadas acciones de las turbas colectivas, cuyo atrevimiento llega al colmo de objetar decisiones administrativas, exclusivas de doña Xiomara.

Cuando este gobierno transite con más pena que gloria, los responsables del desastre se habrán hecho los locos, habrán rebasado las fronteras vecinas en busca de refugio con su bolsón de pecados al hombro. El país clavado en la cruz del endeudamiento, el desempleo, la anarquía, el analfabetismo funcional, la insalubridad y todos las demás pestes y calamidades que puede sufrir un país en caída libre.

Imposible sancionar a aquellos responsables, plenamente identificados con nombres y apellidos. Habrán alzado el vuelo cual vampiros de medianoche después de chupar la sangre del tesoro nacional y de dejar comprometido el país frente a propios y extraños.

Estoy consciente de que esto sonará para algunos como disco rayado, como arar en el mar, como gritar en medio del desierto, pero las cosas tienen que desnudarse tal como son, sin hipocresías, sin propósitos malsanos, pensando solamente en Honduras, en nuestros hijos y ahora en nuestros nietos.