Columnistas

Se generaliza la incertidumbre, en lo que cabe. Porque hay amplios sectores de la sociedad que no se enteran ni les interesa hacerlo. Los laberintos en la política y en la politiquería les son ajenos, hasta repulsivos, si es que lo precario de sus existencias les permite fijar por ratos la atención en las marañas estatales.

Del estupor a la indignación y viceversa, los sobresaltos por lo retorcido de sus interpretaciones a la ley, son solo una de las manifestaciones deplorables de ese reducido grupo que no da lugar a la paz ni al ambiente propicio para trabajar, producir y superarnos. No a quienes entendemos que el coctel de ambición, poder y soberbia con el que se mantienen en estado de ebriedad, nos hace darnos muy grandes, sin que pueda vislumbrarse a donde van a parar.

De los cerebros que alimentan la manía de hacer de la ley un instrumento más de su voraz codicia, ajustársela al cuerpo es lo de menos.

Inventar alcances inexistentes de las normas, esquilmarle otros reales, lanzar una patada al Estado de derecho, volcarse a la actividad delictiva, lo que sea, es para ellos justificado. Para aumentar su peculio mal habido. Y alimentar un hedonismo que nunca hubieran podido darse con su trabajo honrado.

Las limitaciones que les eran conocidas desaparecieron con su acceso al poder. Solo evidencian una burla al imperio de la ley, al que cuando les fue útil, parecieron someterse. Reducido grupo del partido Libre que se ha hecho del poder para su beneficio y para deterioro de nuestro Estado de derecho. Un extremo, que no necesariamente se vence con otro extremo, en el que también hay buenos y malos.

La razón debe imponerse. Que entre los polos se identifique la zona de equilibrio que urge crear para que los jóvenes encuentren el ambiente propicio para realizar sus sueños. En la que el diálogo se imponga, en la que los intereses nacionales sean el faro que ilumine a los extremos y a la gran mayoría entre ellos. Hay que ceder. Y rectificar. Todo por la Honduras posible.