Columnistas

Bukele candidato: ¿demócrata o autocrático?

No cabían dudas en torno a la pretensión de Nayib Bukele de reelegirse en el cargo de presidente de El Salvador. Lo anunció varias veces y de diferentes maneras desde que en 2021 solicitó la opinión de la máxima corte del pequeño país centroamericano, la que respondió que “no hay impedimento”, por más que muchos constitucionalistas aseguran hasta la fecha lo contrario.

Esa corte que dictaminó a su favor fue elegida por el Congreso, dominado ampliamente por la fuerza del partido “Nuevas Ideas” del propio Bukele, y su respuesta era más bien esperada. A partir de ese momento, todo ha sido una ola favorable para el mandatario, quien ha ganado reputación por su implacable lucha contra las pandillas, pero también contra la corrupción imperante durante las administraciones anteriores.

Las pandillas o “maras” han sido doblegadas y cerca de 60,000 personas han sido detenidas acusadas de pertenecer a estas estructuras criminales que tenían de rodillas a los salvadoreños. Algunas estimaciones independientes estiman que al menos un 10% de todos los capturados no son miembros de las bandas, aunque han sufrido prolongado encarcelamiento antes de recuperar su libertad por el “error” de las autoridades.

No han faltado voces denunciando violaciones a los derechos humanos y falta de respeto al debido proceso y presunción de inocencia.

De todas formas, la población aplaude y defiende el resultado obtenido. En la última medición de la popularidad de presidentes en Latinoamérica por la firma CID-Gallup, Bukele alcanzaba un 90% de aprobación, un nivel nunca antes visto en la región. Ese índice permite anticipar que, salvo algún descalabro fuera del panorama hasta al día de hoy, el 4 de febrero de 2024 el joven mandatario arrasará a sus contendientes de los debilitados y desprestigiados partidos opositores Arena (derecha) y FMLN (izquierda), ambos abanderados de corrupción en el pasado.

Durante su administración, Bukele ha concentrado prácticamente todos los poderes del Estado. El Congreso responde a su voluntad y el sistema de justicia también le favorece. En sus fogosos y bien hilvanados discursos, él explica que todos trabajan “para el bienestar de la población”, pero hay quienes hablan incluso de “presos políticos”, que son opositores que han sido detenidos y no siempre se les permite la debida defensa.

Durante toda su gestión ha gobernado bajo estados de excepción, que le dejan actuar con las manos libres y sin límites, otra de las críticas que formulan sus adversarios, los organismos de derechos humanos y algunos países de la comunidad internacional.

Bukele le resta importancia a estos señalamientos, porque dice que “sólo así nos hemos podido convertir en uno de los países más seguros del mundo”.

El problema a la vista es que la línea entre democracia eficiente y autoritarismo es fácil que tienda a desaparecer. Fujimori en Perú logró vencer a la guerrilla izquierdista y obtuvo su reelección por su gran popularidad, pero su segundo período lo convirtió en un gobernante autoritario que cayó incluso en la corrupción que criticaba y construyó su propio despeñadero.

A Bukele no le gusta la prensa crítica –incluso la ve con desprecio– , no escucha las voces disonantes a su política y privilegia resultados a cualquier precio, incluso por encima del fortalecimiento de principios democráticos y libertades ciudadanas.

Por ahora todos los vientos están a favor de Nayib Bukele y el respaldo del pueblo será contundente en las elecciones. Son menos de 4 meses en los que las aguas no cambiarán de rumbo. Los salvadoreños darán un mandato muy fuerte, pues es seguro que su popularidad arrastre también a sus candidatos para diputados y alcaldes, por lo que “Nuevas Ideas” se consolidará como la principal fuerza política y, a partir de ahí, todo dependerá del espíritu democrático que muestre o el rumbo autoritario que prefiera.

Puede pasar a la historia sí, junto a los resultados que ha mostrado hasta el momento, imprime valores democráticos. Ya de por sí tiende fuertemente al autoritarismo y si la concentración de poder le lleva a perder la cabeza, podríamos estar pronto ante una nueva tiranía en Centroamérica y entonces habría mucho que lamentar, más que celebrar.

* Gonzalo Marroquín Godoy es expresidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)