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Buen libro no garantiza buena película

Mi hijo es un ávido lector. Rodeado de libros desde temprana edad, descubrió en sus páginas portales a realidades que expandían el mundo que recién empezaba a conocer. Primero a través de imágenes y después por medio de las letras, supo de historias que fueron evolucionando en complejidad, así como iba creciendo su comprensión del contenido y la trama. Nacido en el nuevo milenio y expuesto a la televisión y al cine, conoció de primera mano novísimas tecnologías informáticas, creció disfrutando de aventuras cinematográficas con personajes de dibujos animados creados por computadoras, superó pruebas de habilidad en juegos electrónicos, manipulando mandos a control remoto. Fue así -leyendo textos, viendo películas de cabo a rabo (una y otra vez) o completando etapas de sus juegos de video- como entendió que las historias solían tener un inicio o introducción, desarrollándose hasta arribar a un desenlace, que podía ser de variadas formas y alcance.

En la escuela, amenas conversaciones del seno familiar y en sus propias experiencias vitales, también aprendió que esas etapas se manifiestan por igual en la cotidianidad y en la existencia misma. Como testigos privilegiados de este proceso de comprensión que él experimenta, recordamos nuestro lejano discurrir en el pasado, cuando fuimos nosotros los que construimos arquetipos, maravillándonos hoy de los múltiples detalles de los suyos, de sus singularidades y preferencias.

Preguntado sobre qué prefiere hacer antes, si leer una historia o ver la película que se ha hecho de ella, se inclina por la primera opción, a pesar que tomaría más tiempo. “Es que siempre se pierden detalles y fidelidad”, explica. Luego agrega, convencido y con una sonrisa cómplice, “los personajes suelen ser más complejos y las historias más ricas, no solo en extensión sino en argumento”. No es de extrañar que cueste convencerlo de ver filmes, pues afirma que la mayoría de las veces “suele ser decepcionante” (aunque igual acepta verlos para contrastar y hacer sesuda crítica).

Del mismo modo que le pasa a él con los textos y las interpretaciones fílmicas, nos sucede como ciudadanos cuando hemos tenido acceso a las ofertas y propuestas de gobierno de los partidos políticos del país y sus liderazgos. Luego de leerlas y escucharlas, tenemos oportunidad de vivir las “películas” que se terminan produciendo en el ejercicio gubernamental y de oposición. Aunque algo desprolijos en el contenido y calidad, los guiones (programas y planes) suelen ofrecer historias bien hilvanadas y trama coherente, con promesa de finales felices. No obstante, cuando son ejecutadas, terminan siendo malas o deficientes interpretaciones, difíciles de apreciar y mucho menos de disfrutar.

Convendría una fiel lectura de la realidad nacional y mayor afán para cambiar esto. La materia prima es la misma, pero como ocurre con un filme, un mal guionista, director o equipo de trabajo, pueden dar al traste con la mejor historia. Y, a diferencia del cine, lo que está en juego no será fama y buena crítica, sino la vida de un pueblo, el futuro de una nación.