Columnistas

Árboles del bosque

La madre Natura es tan bello misterio que sobrepasa la imaginación. El ser vivo más grande del planeta no es elefante ni ballena sino un hongo, Armillaria ostoyae, parasita con edad estimada en 8,650 años que domina el bosque nacional Malheur en Oregón (EUA) y cuyo micelio cubre 1,370 manzanas (965 ha). Le llaman hongo de miel y devora troncos secos para continuar creciendo.

Cierta vez y para lemas turísticos calculé que Honduras tiene 800 millones de árboles pero intuyo que erré ya que sólo en La Mosquitia hay esa cantidad. Luego subí al Merendón y quedé maravillado con el monstruoso acopio de plantas que ambientan el Valle de Sula, sin las cuales sería un desierto.

Pero cuando empezaron a partir para siempre queridos amigos intelectuales y no intelectuales -Arturo Alvarado, Morris, Oquelí, Marcos Carías, Castelar, Baldemar, Portillo, Molinero, “Chico” Saybe y mi constructor Saúl Martínez, de Siguatepeque- descubrí que la ecología es una esencia incapaz de pensar por sí misma; debe ser pensada, y que el hombre es el único animal que borra recuerdos de su pasado y crea futuros. Comprendí entonces que los árboles mayores de la existencia no son botánicos sino los que poseen genio mental, más densos que los bosques poblados con elevadas secuoyas, coníferas o Armillaria ostoyae.

Edad, dolores o pandemia derriban a tales viejos robles, ocurriendo que la sociedad desconoce o infravalora su colosal dimensión de espíritu, por lo que he comenzado a temer que se nos despidan en silencio comunal figuras extraordinarias, valiosas y actuales como Eduardo Bähr, que en la década de 1970 rompe con el cuento costumbrista de Honduras y nos vuelca a modernidades de la letra escrita, además de sus otras y múltiples contribuciones teatrales y ensayísticas al desarrollo de la personalidad colectiva.

O maestros como Mario Argueta, explorador diestro de pretéritos, analista intenso de la conducta no del hombre sino de los hombres, dentro de la sorda vorágine de las generaciones, que edificaron la biografía nacional y sobre los cuales extrae conclusiones más allá del tiempo, el espacio y la sinrazón.

Y no se diga de la noble condición de mujer (pues rompe machistas moldes pétreos) e investigadora literaria profunda que ostenta Helen Umaña, quien estudió absolutamente todos los cuentos, poemas, novelas, minirrelatos, textos sobre Morazán y diez temas más de la hondureñidad, además de escribir su íntima poesía y ejercer docencia universitaria por décadas, a fin de articular un inventario exhaustivo del producto de nuestras letras, imprescindible para cualquiera investigación posterior.

El rector Francisco Herrera informa que la UNAH otorgará el Doctorado Honoris Causa a la científica María Bottazzi por sus innegables méritos en la virología mundial y su protagonismo en la vacuna gratuita contra el covid 19, hazaña lograda desde las fuentes prósperas de las universidades norteamericanas.

Pero por lo mismo, y para aquellos que dedicaron su entera vida -sin más recursos que el amor patrio- a la vocación del saber, honor tan representativo debería expandirse a Helen Umaña, Mario Argueta y Eduardo Bähr -guías, puentes y gavieros de esta a veces derrotada pero amada y sobreviviente nacionalidad.