Columnistas

Dos amigos que se fueron

En medio de la pandemia del covid-19, son pocos los hondureños que no han perdido un familiar, amigo o compañero de trabajo. En esta ocasión quiero referirme a dos seres humanos extraordinarios por su condición y don de gente que a ambos les caracterizaba. Los dos ya partieron a lo ignoto. Uno de esos amigos era Noé Mejía. Conocí a Noé en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), cuando se desempeñaba como profesor de la Facultad de Química y Farmacia.La circunstancia que nos permitió acercarnos fue la militancia gremial en el Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (Sitraunah).

Cada vez que se realizaban congresos del sindicato y se elegía al secretario de organización, se pensaba en Noé por sus virtudes; hombre detallista, metódico, puntual y celoso en el cumplimiento de sus tareas. Dirigió la comisión que hizo las primeras reformas a los estatutos del sindicato, reformas que permitieron actualizar a la organización para los nuevos tiempos que se avizoraban, Noé fue clave en las negociaciones de los contratos colectivos, llevando toda la documentación de las propuestas sindicales y de las posiciones patronales, fue parte importante, por iniciativa de la organización sindical, en la formulación del primer proyecto de lo que es hoy el Estatuto del Docente Universitario.

Después, esa tarea fue asumida directamente por los docentes a través de su organización. Cuando en la administración de la rectora Julieta Castellanos muchos profesores asumieron una posición contraria a su gestión; para Noé, que algunos apoyáramos e impulsáramos los cambios en la institución, no era razón para entrar en confrontación, entendió que la amistad, cuando es verdadera, supera las desavenencias de enfoques sobre los problemas de la sociedad. En otro contexto, pero siempre con un sentido humano, conocí al periodista Carlos Riedel. Por su posición de comunicador social no era una persona extraña; su nombre lo empecé a escuchar desde la década del 60 del siglo pasado cuando llegué a Tegucigalpa y él laboraba en HRN, una de las primeras emisoras radiales del país.

Luego de pasar por los movimientos sociales y haber entrado a la docencia universitaria, Riedel, desde los noticieros, del cual era parte, me invitaba con frecuencia para que opinara sobre diferentes temas sociales. Ahí empecé a conocer ese lado humano de Carlos Riedel, aspecto que no siempre se conoce de los trabajadores de la comunicación, por el solo hecho de estar al frente de un micrófono o de las cámaras de televisión. Hombre preocupado por los problemas del país, capaz de transmitir la palabra de manera objetiva y superar dificultades personales, donde otros fracasaron. Veo en Noé y en Carlos a dos seres humanos más inspirados en el amor que en el odio. No justificaron su lucha por una sociedad más justa en el rencor hacia el otro que no pensaba como ellos, justificaron su discurso y acción en el amor al que sufre sin la comprensión y apoyo de muchos. A los dos los unía, cada uno con una visión de la realidad diferente, el profundo sentido de la existencia humana.