Columnistas

Rayo que no cesa

La ciencia afirma que algunas personas tienen un alto umbral de dolor pues soportan con mayor estoicismo el sufrimiento. Y una de esas especies ha de ser el hondureño ya que a los que deseamos soluciones rápidas, particularmente para el interés social, nos luce que el catracho es aguantador porque, como afirmara en un artículo de 1980, durante 16 años Carías nos hizo generación castrada.

La sentencia puede aplicarse a las generaciones viejas pero poco a las nuevas, aunque también estas parecen replicar la conducta pasiva de los padres. ¿Será que el conocimiento científico tiene revés y derecho? Pues si los sociólogos ligeros afirman que machismo se escribe con M de mamá, ya que es ella quien lo educa en el hijo, ¿ocurrirá igual al revés, que le instila la cobardía? Para ciertos científicos españoles la mujer soporta más el dolor, tiene umbral alto (hay discusión sobre esto), por lo que se debería estudiar si el hecho de que desde hace 20 años la población femenina se incrementa en el país, hasta alcanzar el 49%, ¿tendrá relación con nuestro aguante político, que nos va subiendo el umbral? Y por lo mismo, ¿implica ello que la fémina es más apta para gobernar por disponer de mayores resistencias contra la dura adversidad?

Lo que acontece en Honduras parte el alma: es la patria robada por ladrones. Me conmociona y hace sufrir, me empuja a ver causas y proponer respuestas. Y acabo concluyendo que así es en efecto, que la pandilla gubernativa (25-60 años promedio) recibió tanta basura mental de sus progenitores (vicio, delito, hipocresía, cinismo) que decidió ejercitarla en la vida adulta. Sabiendo que mi papá es caco y se salió con la suya, ¿por qué no imitarlo? Una generación o grupo humano nacido (culturalmente) desde el antivalor (crueldad, insolidaridad, prejuicio, deshonestidad) al que blinda con una apabullante e impávida máscara de impudicia ética. “No renuncio” clama teniendo a los pies la prueba del delito, el objeto robado.

Una nación moralmente sólida expulsa de su seno ––con palabras o pedradas–– al forajido en prospecto de asesino por ser visceralmente imposible soportarlo; da nausea al pueblo. Más, esa sociedad se torna violenta si adicional descubre que el crimen de la burocracia estatal afecta al pobre en su derecho a la vida, de por sí maltratada y desahuciada por el sistema, daño que no puede perdonar. A quien es ––más allá de apariencias–– hombre ético y cristiano, tal suplicio le destroza el alma, tormento que es más denso que una neuralgia de trigémino, supuestamente la más cruda pena para el cuerpo.

El gran Miguel Hernández, poeta de Orihuela a quien ––junto a otros 140 mil iberos–– empujó a morir el déspota Francisco Franco, dice a su pueblo en un poema de igual título que este artículo: “Nadie me salvará de este naufragio si no es tu amor, la tabla que procuro, si no es tu voz, el norte que pretendo”, propio para que los hondureños entendamos que si no damos solución final al agobio criminal con que nos humilla la mafia estatal, se nos elevará tanto el umbral de dolor que terminaremos perdonando las barbaridades que nos causan.

Voy a encerrarme en un cuarto lejano a llorar por este mi país, hasta donde el corazón ocupe, pero luego saldré, fuerte, a seguir combatiendo a los pícaros.