Columnistas

Covid-19 y ecología integral

Durante los primeros 20 años del siglo XXI el planeta Tierra y la humanidad entera hemos sido víctimas en carne propia de dos colosales emergencias globales: «el cambio climático» y «cinco pandemias sanitarias». Las pandemias han sido: el SARS (2002-2004); el AH1N1 (2009-2010); MERS (2012); el ébola (2014); el SARS-CoV-2, más conocida como covid-19 (2019), que ha puesto en jaque a los sistemas de salud a nivel global. Sólo el covid-19, ha demandado como medida sanitaria un confinamiento y aislamiento social por ahora indefinido.

El papa Francisco, un abanderado en la lucha contra la crisis climática global, en el 2015, publicó la más profética de las encíclicas sociales: Laudato Si’. La propuesta del Papa, como re-acción ante la vida amenazada o destruida, se denomina “una ecología integral”, que incorpora claramente las dimensiones humanas y sociales del problema.

El supuesto del que parte la encíclica es que, dado que todo está íntimamente relacionado y que los problemas actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial, es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones entre los sistemas naturales, y entre estos y los sistemas sociales.

No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental. En consecuencia, se requiere una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza. En otras palabras, se trata de llevar a la práctica una «ecología económica, social, cultural y de la vida cotidiana». Es indispensable, dice el Papa, un consenso mundial que lleve, por ejemplo, a programar una agricultura sostenible y diversificada, a desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía, a fomentar una mayor eficiencia energética, a promover una gestión más adecuada de los recursos forestales y marinos, a asegurar acceso universal a agua potable. La reducción de gases de efecto invernadero requiere honestidad, valentía y responsabilidad, sobre todo de los países más poderosos y más contaminantes. La pandemia del covid-19 muestra que la salud de las personas y el planeta son indivisibles. Los científicos y expertos ambientalistas a nivel mundial coinciden en la argumentación que ha sido la mano del ser humano quien ha alterado prácticamente todos los rincones del planeta Tierra, exponiendo a los humanos a contraer nuevos vectores. El 75% de las enfermedades infecciosas emergentes en humanos provienen de los animales. El deterioro de los ecosistemas y su diversidad biológica, la pérdida y la modificación de los hábitats, son los causantes de aumentar el riesgo de la presencia de nuevas pandemias causadas por zoonosis. «Las zoonosis son un grupo de enfermedades infecciosas que se transmiten de forma natural de los animales a los seres humanos y son provocadas por virus, bacterias, parásitos y hongos». Si ahora estamos sufriendo la inmisericorde arremetida de este virus, es en buena parte, debido a que hemos debilitado los ecosistemas que nos protegen de ellos. La comunidad científica lleva años alertando que la pérdida de la biodiversidad actúa como catalizador para la expansión de virus y enfermedades infecciosas. La razón es que la diversidad de animales y plantas funciona como un escudo protector. Muchas especies actúan como huéspedes de virus que ni siquiera conocemos aún. Si disminuimos esta diversidad y destruimos los ecosistemas, facilitamos que dichos virus “salten” al ser humano. Hay varios trabajos y estudios científicos que relacionan claramente la pérdida de biodiversidad con un aumento del riesgo de una zoonosis.

Los virus forman parte del ecosistema, algo que puede llegar a ser difícil de aceptar. Una de las lecciones de la naturaleza que tenemos que asumir, nos guste o no, es la coexistencia, e incluso la convivencia con un montón de organismos, muchos de ellos letales para nosotros. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) reportó que el grado de calentamiento durante los años 2015, 2016, 2017 y 2018 ha sido excepcional, tanto en la tierra, como en los océanos. Los 20 años más calurosos desde que comenzaron las mediciones (1850) han sido registrados en el siglo XXI. El año 2018 alcanzó la más altas temperaturas nunca antes registradas en distintas partes del planeta. El covid-19 nos está dejando como una inconfundible enseñanza que la salud del planeta está en nuestras manos. Como lo indica el secretario general de las Naciones Unidas, “ahora más que nunca es necesaria la solidaridad y la ambición de transitar hacia una economía sostenible, resiliente y baja en emisiones de carbón”. Llegó la hora de definir con criterio racional políticas, planes y programas ambientales, que garanticen el desarrollo sostenible para construir una sociedad que pueda hacer frente a nuevas pandemias. A esto es lo que llamamos una sociedad recipiente. Los modelos de producción y consumo desmedido necesitan dejar paso a un sistema que garantice la dignidad de todas las personas y el uso sostenible de los recursos para las siguientes generaciones. Ojalá que el siguiente objetivo que movilice al mundo entero sea el de apoyar políticas de crecimiento verde para solucionar los dos fenómenos principales que amenazan la estabilidad y la prosperidad de la economía a largo plazo: el cambio climático y la pérdida de biodiversidad.