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CHILE NOS TOCA LA PUERTA. ¿¡OTRA VEZ…!?

Se dice que el conflicto chileno ha tomado unos 15 años para estallar en crisis general de la sociedad. No creo que el origen sea tan reciente.

El conflicto surgió en el diseño mismo del sistema económico, no porque fuese técnicamente deficiente, sino, al contrario, porque su precisión técnica requería omitir, o replantear, el rol del Estado en la economía, y reinterpretar los objetivos éticos esperados de todo sistema económico: el bienestar general de la sociedad y de los individuos y familias.

Se asumió que cada quien es responsable de su vida, que si trabaja con tesón y honradez podrá lograr sus aspiraciones personales y familiares. El Estado debe crear condiciones políticas y jurídicas para que cada quien tenga su oportunidad. En tal condición, sigue el esquema, la economía debe ser conducida en plena libertad por la inversión privada. Chile fue convertido en una versión latina del individualismo norteamericano.

Lo que ocurre en Chile, en Bolivia y en el resto del continente, ¿trae alguna lección para Honduras, alguna advertencia?

Si las similitudes entre Honduras y Chile son escasas, sí hay coincidencias en circunstancias importantes.

Allá como aquí, la clase media, defraudada y postergada, resiente la pérdida de su limitado poder adquisitivo, y su descenso en la escala social. Dice un informe de 2016 del PNUD sobre Chile, que “el descontento de la ciudadanía con el funcionamiento del sistema político y sus instituciones, ha sido paulatino, más que repentino”. Este es un aviso para quienes dicen que en Honduras “no pasan esas cosas”.

También es compartido el descrédito de los partidos políticos y el desagrado de la gente hacia la profesión política.

Igual desprestigio comparten las ideologías y los partidos políticos de todos los colores. En las protestas de Chile en 2006, el PNUD observa que 34% de los manifestantes no tenía simpatía por la derecha ni la izquierda ni el centro. Ese número es hoy 64%. En 2006, el desinterés de los manifestantes por los partidos políticos era 54%. Hoy es 86%.

La concentración de la riqueza, la desigualdad y la pobreza son relativamente comparables, con la ventaja chilena de una economía creciente y competitiva en los mercados externos, de la que aquí carecemos.

Queda la similitud más inquietante, el disparador de la insurrección callejera de la clase media chilena: su endeudamiento financiero, empujado, allá como aquí, por la insuficiencia de los ingresos familiares y la presión del mercadeo consumista, local e importado. Uno de cada cuatro chilenos está en mora; tres de cada cuatro la tienen con sus tarjetas de crédito.

Los peligros de una crisis progresiva, apenas contenida, han sido tema frecuente en esta columna. Las señales de alerta comenzaron en 2002, sobre las crisis de Argentina, Bolivia, Brasil, México y Chile.

Pero el llamado más dramático lo hizo Felipe Gonzales a Argentina, en 2006, como si escribiera para toda la región. Esta es una cita aquí repetida varias veces: “…el problema es, como era desde hace décadas, político...”, y aconseja “…un proyecto compartido, un gran acuerdo nacional cuasi constitutivo de una nueva Argentina que decida que con las cosas del comer no se juega. Pero no sirven los pactos al borde del precipicio en el que nadie quiere caer, cuyo objetivo es dar varios pasos atrás para no verlo tan de cerca, sin cambiar la dirección de la ruta a seguir”.

Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Sí lo hay, y es el que tampoco quiere escuchar.