Columnistas

Congreso Nacional, caro y en vano

Volvió la tranquilidad al Congreso Nacional y todos aplauden indulgentes. Los políticos, desaprensivos y confrontados, encontraron los puntos coincidentes, se pusieron de acuerdo, y todos contentos. Pero qué aprendimos de este episodio de violencia encorbatada, de codiciosa manipulación legislativa, sin garantías de que el pleito se repita una y otra vez.

Nos cuesta mucho dinero ese Poder Legislativo, dinerales, solo para que los diputados lleven nuestra voz, defiendan nuestros derechos, y establezcan las reglas de una convivencia en armonía; pero parece que nada de esto está en su agenda, remarcada en amarillo por los intereses de sus partidos, después los propios, y al final...

Estamos claros que uno u otro diputado se distingue entre el resto, levantando la mano y la voz por nosotros, pero al tratar de contarlos, nos sobran dedos. Así que, puestos a encontrar, buscamos algo que se haya aprobado para nuestro beneficio, pensamos y
pensamos... difícil.

Más de mil millones de lempiras al año, ¡en serio!, eso derrochamos en nuestro simpático Congreso Nacional, especialmente en los buenos sueldos que apenas se ganan con dignidad unos cuantos diputados (incluyo diputadas, por supuesto), más los avariciosos privilegios de ciertos directivos, entre carros blindados, escoltas, cenas, gastos médicos y otras prebendas.

Desde la presidencia de la institución, que no presume de muchas luces, sí de muchos maniobreros, atrasaron con malas artes el derecho de la oposición para integrar los organismos electorales, y estos llevaron el reclamo al extremo, frente al temor de
quedar burlados.

La sala de sesiones, que debería realzar el debate, el razonamiento, la dialéctica, se transformó en un indecoroso ring de boxeo, donde los insultos se intercambiaban con los puñetazos, en un escenario dominado por pitidos y trompetazos, y estuvieron así de
incendiar el recinto.

Mientras afuera, acá afuera, la vida pasa como un huracán y la violencia común se ensaña con garras y dientes afilados, por eso el numerito de los diputados no llega en momentos inocuos; es un mal ejemplo, pésimo, en estos tiempos revueltos.

Y está bien que lleguen a acuerdos, que converjan en sus intereses comunes, pero que no olviden que todavía tenemos una insultante pobreza, un desempleo feroz, una desigualdad lacerante, corrupción, injusticia, exclusión; tanto que depende de sus decisiones legislativas.

Por ahora nos dicen que ya encontraron el camino para entregarnos un Consejo Electoral y un Tribunal de Justicia Electoral modernos y justos, que nos dejarán conformes al día siguiente de las elecciones, y a la semana, y al mes, y siempre, y no tendremos que estar matándonos por banderas.

Si fuera cierto y nos permitieran elegir a las mejores personas para gobernar, que la decencia y la eficiencia se instalaran en el país, tal vez olvidaríamos estos episodios penosos y carísimos.