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Desoír el reguetón como riesgo

Eran los irrepetibles años 90 y Mozart se puso de moda. La interpretación inexacta de un estudio médico convencía que la música del compositor clásico aumentaba la inteligencia de los bebés. Miles de embarazadas se ilusionaban frente a los parlantes: un concierto para violín, para piano, la “Sinfonía 40”, “Las bodas de Fígaro”. Paradoja: En esa época nacieron muchos de los que ahora cantan o consumen el insolente reguetón.

Aquellos padres de entonces y los hijos de ahora, que alguna vez tuvieron oídos para Mozart, y por extensión derivaron a Beethoven, descubrieron a Bach y se sorprendieron con Vivaldi, no separan el ritmo contagioso del reguetón, de una letra en su mayoría cargada de violencia, sexualizada, procaz, machista.

Es una inutilidad transcribir aquí sus textos impúdicos, pero quien haya escuchado nombres imposibles como Bad Bunny, Maluma, Daddy Yankee, Farruko, Pitbull, o J Balvin, entre tantos, coincidirá horrorizado de que hay un insultante desprecio a la relación de pareja, cosificación de la mujer, banalización de la sexualidad, exaltación de las drogas y apología de la violencia.

Mozart no eleva el coeficiente intelectual de nadie, pero la música relaja el estado de ánimo, emociona; algunos académicos opinan que tiene efectos notables en las personas y en la sociedad, y hasta puede modificar el comportamiento. Por eso desoír el contenido del reguetón conlleva un riesgo insospechado, especialmente para los jovencitos que apenas están descubriendo el mundo.

Ni siquiera se trata de la sexualidad evidente, o implícita como dicen ahora, sino la manifiesta violencia, porque otros cantantes de música ligera también son impunemente muy gráficos sobre el sexo: Ricardo Arjona, Alejandra Guzmán, Álvaro Torres, Ricardo Montaner o Presuntos Implicados, y un pegajoso catálogo de merengues, salsas, tex-mex y bachatas.

El ritmo sincopado del reguetón es contagioso, está en todo el mundo, se baila en todas partes, con la ventaja de los no hispanohablantes que no entienden su letra, y de un segmento muy importante de la población que sí lo entiende, pero no le presta atención, y aunque las chicas se sientan ofendidas por su contenido, siguen bailando.

Desde luego, no todo el reguetón es soez, obsceno, degradante, hay grupos y cantantes que aprovechan la melodía, la sonoridad y el compás pegadizo para adaptar sus versiones románticas, también la música cristiana encontró en este ritmo una forma efectiva de llegar con el Evangelio a los jóvenes, sin desentonar
con la moda.

Hace décadas, muchos hicieron millones con la música clásica vendiendo supuesta inteligencia a la gente, ahora otros se hacen multimillonarios violentándola. Como siempre queda un mensaje subliminal, será mejor una sinfonía, un vals, que un texto barriobajero. Gustos son gustos. La censura nunca es conveniente, lo mejor es que cada uno distinga que consumir esta subcultura solo condensa una terrible atmósfera de violencia.