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Efecto búmeran

La mayoría de nuestra generación supo de la existencia de los búmeran o bumerán (del inglés boomerang) por los dibujos animados de televisión y películas del cine: así supimos que se trataba de un arma hecha con una lámina de madera curvada, que al ser lanzada hace un movimiento giratorio que le permite volver al punto de partida.

En documentales de TV que mostraban la vida de los aborígenes australianos también nos enteramos que esta arma les servía para cazar y que no necesariamente retornaba a quien lo arrojaba; leyendo por ahí hemos podido saber también que ya se utilizaban en el antiguo Egipto y pueden llegar a tener hasta un metro de longitud y pesar 15 libras, siendo la cacería uno de sus usos más nobles, pues también servía en los ejércitos para hostigar y atontar a la infantería enemiga.

Pocas personas han tenido un búmeran en sus manos. Yo tuve oportunidad de lanzar uno por primera vez hace muchos años gracias a un amigo australiano que traía uno entre sus pertenencias por si la gente le preguntaba por ellos. Con menos destreza que él -quien sí lograba que el palo regresara a su mano- pude lograr que después de varios intentos el bumerán regresara cerca del lugar en que yo estaba de pie. Requiere práctica y por eso no es extraño que ahora existan competencias deportivas que ponen a prueba acrobacia, rapidez, precisión, resistencia o tiempo en el aire, como seguro hacían los jóvenes guerreros que se divertían con ellos mientras no cazaban. Contrario a lo que la mayoría de la gente piensa, su diseño no siempre tiene la forma de una V, sino que los hay en diseño de W, tres aspas y hasta con formas de animales como canguros, aves o animales marinos.

La expresión “efecto búmeran” es empleada en el lenguaje cotidiano por mucha gente, aunque no se haya visto un arma “australiana” de cerca, ni volando, haciendo su reconocido giro. La utilizamos para describir el resultado de una acción que se vuelve contra su autor, como si se tratara de una manifestación kármica de la tercera ley de Newton (“Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria…”), aunque hay quienes más dados a lo casero y culinario podrían llamar a dicho efecto “tomar una sopa de su propio chocolate”.

En la política, como en la guerra y en el amor, hay acciones que pueden desencadenar el efecto antes mencionado, haciendo que su autor termine lamentando el poder del hado o su mala suerte, cuando ni uno ni el otro tuvieron nada que ver en el resultado: aunque no se pueda leer el futuro, hay consecuencias que pueden preverse o anticiparse, si se hacen las debidas pausas antes de decir o hacer algo.

Puede utilizarse como ejemplo, el actual “giro” que están haciendo votantes en distintos países, decidiendo las elecciones en favor de personajes atípicos en la política. La cantidad de casos son ya suficientes para aseverar que la insatisfacción de la ciudadanía en la tradicional clase político-partidaria se ha tornado en contra de quienes creyeron contar con el favor eterno de las masas electoras. Como veremos, no es la única muestra de esta conducta colectiva que ha aprendido a darle la espalda al pasado.