Columnistas

La mejorada vida de perro

Todos queremos a los animales, a nuestras mascotas, pero siempre los hemos querido, solo que antes no se trataban como ahora, que son parte de las leyes de mercado y los productos para ellos facturan miles de millones de dólares. Tener un perro, un gato, es una moda y puede ser muy costosa, si quiere darle un trato “perronalizado” como tantos.

No hace mucho los perros dormían afuera, acomodados en cajas de cartón o madera, colchones de toallas viejas, se bañaban en la lluvia y lo apestoso se los arrancaba el viento; parecían felices comiendo sobrantes de la comida de las familias, una gran olla de caldo con arroz, vegetales, tortillas, carne, plátanos, lo que hubiera.

Cómo no, los hondureños también sucumbieron ante el negocio de las mascotas, solo en 2017 se importaron 90 millones de dólares en productos, según la publicación digital Central America Data, entre alimento concentrado, complementos, juguetes y accesorios, que llegaron desde Estados Unidos, México, Ecuador, Perú y Colombia.

Ocurre después de que la industria mundial descubrió en los años 1970 y 1980 el fantástico negocio de los artículos infantiles: los niños dejaron de usar pañales de tela con ganchos metálicos, que a veces los pinchaban; la leche líquida cedió ante los productos enlatados; las comidas caseras no pudieron con los purés en frascos y los cereales fortificados; también especializaron los juguetes; y las almohadas y la ropa de cama hipoalergénicas.

¿Quiénes eran los grandes consumidores? Los llamados “baby boomers”, esos millones de personas que nacieron después de la Segunda Guerra Mundial, entre 1946 y 1964, en los países anglosajones, pero sus costumbres y cultura llegaron a toda Europa, América y parte de Asia: su comportamiento liberal, música ruidosa y enérgica, los libros, el cine, su actitud contestaria, la expansión de la libertad individual, movimientos feministas, derechos civiles, derechos sexuales, y una nueva visión política. Ellos compraban lo práctico, provisional, desechable.

¿Quiénes son ahora los compradores? Los hijos de esas generaciones, que tienen mascotas como descendientes, les tienen afecto y las cuidan; van a la moda y también son susceptibles de la publicidad y los mensajes subliminales. Tener un perro de raza (no cualquier chucho) da glamour, proyecta sensibilidad con los animales y es tema para hablar en la oficina, en la fiesta y publicar en Facebook.

Ya no hay jugueterías para niños, se compra en almacenes variados; en cambio, las tiendas de mascotas se multiplican, en los mall, en cualquier esquina. Venden croquetas de pollo, de res, vegetales y cereales; pastillas para el aliento y la buena digestión; vitaminas para caída del pelo y fortalecimiento de los huesos; correas decoradas y perfumadas; collares antipulgas y repelentes de insectos; suéteres, pantalones y hasta la camiseta de Messi; casitas preciosas y suaves colchonetas, pelotas contra el estrés. Increíble. Si de niños nos hubieran hablado de esto, lo habríamos tomado como chiste.

También hay muchísimas clínicas veterinarias, algunas con atención de emergencias, para remitirles la fiebre, cortar una infección, detener una hemorragia. Hay hoteles para alojarse “como en casa”. Y las peluquerías que les hacen cortes modernos, les arreglan las uñas, les cepillan los dientes. Difícil saber si son más felices ahora, adaptados la moda, o antes que vivían a su aire.

Parece un duro contraste cuando hay muchos niños en las calles y familias que no tienen nada. No basta decir que el mundo es imperfecto. Ojalá encontremos la fórmula que borre las desigualdades, reponga el equilibrio social, que las mascotas puedan vivir bien y las personas mejor.