Columnistas

Dura es la ley, pero es la ley

En Honduras, así como en otros países de América Latina, estamos pasando por momentos cruciales en la lucha contra la corrupción y la impunidad que por muchos años han despojado a nuestro país de ingentes cantidades de recursos que podrían haberse utilizado para mejorar las condiciones sociales de miles de hondureños.

La expresión latina “Dura lex, sed lex”, originaria del derecho romano, se traduce como “dura es la ley, pero es la ley” y expresa claramente la obligación que tenemos todos de respetar la ley. Es igualmente apropiado hacer remembranza de una de las estrofas del poema “Verdades amargas”, del poeta hondureño Ramón Ortega, que dice: “La sociedad que dora su desdoro persigue con saña al criminal, más si el puñal del asesino es de oro enmudece y el juez besa el puñal”, tipificando una cruda realidad que viven muchos de los países en América Latina, donde la ley se aplica de forma subjetiva.

Todos los ciudadanos, sin excepción alguna y sin importar su rango o posición, estamos obligados a cumplir la ley y su desconocimiento no puede servir como excusa para violarla. La ignorancia de la ley no debe liberar a nadie de su obligación de cumplirla ni tampoco se puede premiar al que se declare ignorante de la misma.

Las leyes tienen como propósito establecer un orden en la sociedad para que se pueda alcanzar el bien común con igualdad y respeto para todos. Precisamente por esto las leyes deben ser de carácter general y universal. Aunque la libertad de cada individuo está consignada como un derecho, esto no significa que las personas pueden decidir si cumplen o no con las normas, al contrario, su cumplimiento permite que todos los ciudadanos puedan vivir en paz y armonía y se puedan desarrollar en igualdad de condiciones. El respeto a los derechos del prójimo es la base para construir un mundo mejor para todos.

Por lo anterior es que en todos los ámbitos en que nos desenvolvemos existen normas que se deben cumplir, en la escuela, en el hogar, en el trabajo, etc.; así como leyes penales, de tránsito, combate al lavado de activos y al narcotráfico, protección al medio ambiente, financieras, etc. Las normas y las leyes nos imponen el marco de actuación dentro del cual debemos desenvolvernos, castigando su incumplimiento con sanciones que van desde multas hasta penas de prisión.

Si no existieran las normas de conducta y las leyes, las distintas sociedades se volverían un caos completo, con conductas anárquicas y cada persona haría lo que le diera la gana, violando los derechos de los demás. Tendríamos una sociedad donde imperaría la ley de la selva, bajo la consigna de sálvese quien pueda o la imposición del más fuerte.

Sin embargo, el Estado está obligado a garantizar el cumplimiento de la ley y, al mismo tiempo, debe sujetarse a la misma ley. El Estado de derecho obliga a los legisladores a cumplir con la ley, evitando las arbitrariedades y el abuso de poder. De nada sirve que un país esté inundado de leyes, como es el caso de Honduras, si al final no existe un sistema eficiente para garantizar su cumplimiento o su aplicación está sujeta a la discrecionalidad de las autoridades en función de quién es el transgresor, por razones políticas o económicas.

Frescas están las imágenes de los aficionados japoneses recogiendo la basura en los estadios una vez finalizados los partidos de su selección. Para esto se necesita una cultura que debe ser inculcada desde la niñez y un sistema donde el cumplimiento de la ley sea parte de la idiosincrasia de las personas. Pero en Honduras, no hablemos de los muchos casos de corrupción que quedan impunes, sino que del simple comportamiento de los ciudadanos en sus actividades diarias. Las leyes de tránsito son violadas como algo natural, poniendo en riesgo la vida de otras personas y esto sucede todos los días, al igual que con otras leyes. Cada quien impone su ley en función de sus propios intereses, sin importar los derechos de los demás ni el respeto a la propiedad privada.

Si queremos que Honduras sea un país donde todos podamos convivir en paz y armonía y construir un mejor país, todos, sin excepción, tenemos que cambiar y aprender a respetar la ley y los derechos de los demás. Eduquemos a nuestros niños para ser los ciudadanos modelo del futuro. Nunca es tarde para comenzar.