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El valor de ser hombre

O de ser mujer, que en el ejemplo aquí examinado, más que de grandeza, se trata del valor de alcanzarla –o despreciarla- sin sacrificar principios a los oropeles de la figuración y del éxito social.

Tal reflexión viene al observar que las referencias mortuorias al senador John McCain son tan uniformes y mediáticas que opacan rasgos ejemplares de sus servicios a la profesión política y a su país.

La definición casi exclusiva del senador como héroe de la guerra de Vietnam, le iguala a tantos que sus otros méritos pierden brillo.

Su agudo sentido de la justicia debió notar que la guerra era contra un pueblo lejano que nada malo había hecho a Estados Unidos, que esa guerra era impopular en su país y que los halcones guerreristas la calificaron como “trágico error” después de su derrota.

Ahí comienza la verdadera grandeza de McCain. Cae prisionero y rechaza una liberación que el enemigo quería usar como propaganda porque su padre era almirante, uno de los jefes de la guerra. De aceptar el perdón, se habría evitado tres años más de cautiverio y torturas.

Como político, McCain, conservador íntegro, adversaba a su partido en las causas que creía injustas o incorrectas.

Hombre de armas, defendía la Asociación Nacional del Rifle, cuyo presidente vitalicio era el actor Charlton Heston.

Y cuando un periodista le preguntó si Heston era su actor favorito, contestó que era Marlon Brando. Preguntado por la mejor película, votó por “¡Viva Zapata!”, protagonizada por Brando.

Zapata, líder de la revolución mexicana y disidente cuando esta tomó un giro distinto al de sus convicciones, siguió leal a la causa hasta que fue asesinado.

Más reveladora fue la respuesta sobre la mejor novela, “Por quién doblan las campanas”, que el escritor de izquierda Ernest Hemingway ambientó en la Guerra Civil Española, donde fue corresponsal de prensa.

El personaje de la novela, Robert Jordan, de Montana, voluntario comunista en las filas republicanas, observa, como Hemingway, que intereses personales y sectarismos ideológicos internos, en ambos bandos, causan dolorosas injusticias y millares de muertes absurdas.

Jordan dijo que “uno no es cómo acaba, sino cómo es en el mejor momento de su vida”.

Una mañana supo que él acabaría en el mejor momento de su vida. Herido en una operación fallida, perseguido su grupo por tropas franquistas, sabe que será una carga para la retirada y decide quedarse solo, combatiendo en espera de la muerte. María, el amor de su vida, quiere morir con él y tienen que llevarla por la fuerza.

Malherido, Jordan respira la fragancia de los pinos de la sierra española y recuerda los de su amada Montana. Con esta memoria, se prepara para morir.

Zapata y Jordan, revolucionarios, son modelos del deber y del honor en el pensamiento conservador de McCain, cuya compleja personalidad solo está comprometida por sus propios valores.

Los libros de McCain, que tratan de integridad y lealtad, explican su dualidad de conservador y defensor de causas liberales, como la migración, y la oposición vertical a un presidente contrario a las visiones fundamentales del Partido Republicano.

McCain es viva lección de ética del poder, por entero aplicable a nuestra política.

Porque no importa si un partido o un político son de izquierda, de derecha, cachurecos, colorados o populistas. Todos son necesarios. Lo que importa es la definición transparente de sus convicciones, su integridad cívica, su opción permanente por cosas más importantes para la nación que la política partidaria.

Lo que cuenta es el valor de ser hombres y mujeres, de ser nosotros mismos, veraces, íntegros, leales, sin calcular ni claudicar, hasta el final de la aventura dulce y amarga de la vida, que no sería maravillosa si no retase nuestros valores en todo momento. Eso es lo que hace hombres y mujeres de verdad, no ficciones listas a traicionar por pasiones mediocres.