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Consensos de ayer y hoy

Se puede estar en desacuerdo sobre la naturaleza e importancia de los desafíos que tiene el país en este momento, pero basta coincidir en la necesidad de enfrentar al menos uno de ellos, en común y con todas las energías posibles, para hacer que esos cambios deseados empiecen a ocurrir.

La afirmación anterior -entusiasta y bien intencionada- puede sonar sensata y lógica, especialmente si nos detenemos a pensar en la coyuntura presente, pero arribar a esa priorización y coincidencia no es fácil ni sencillo. Mucho menos con la profunda polarización y bajos niveles de tolerancia que dominan el discurso y acciones de nuestra población y dirigencias.

En la historia de los abuelos y ancestros más lejanos se pueden encontrar varias encrucijadas en las que esta división y profunda antipatía hicieron más propicios los desencuentros que los acuerdos. Desde los tiempos del accidentado pacto federal centroamericano, pasando por las reiteradas montoneras del siglo XIX, sin olvidar las guerras civiles de las primeras décadas del XX -varias de ellas sazonadas por las potencias extranjeras dominantes de moda-, se han escrito páginas enteras de incordia y desafectos, que de tanto en tanto lograban superarse gracias al talento de las figuras políticas del momento (que siempre las hubo decididas y con visión). Es bueno recordarlo pues hay una tendencia a creer que los tiempos de hoy son los peores, de la misma manera que a partir de cierta edad -señal temprana de oxidación- se suele decir que los de antes fueron mejores.

Con atenta mirada externa desde el USS Tacoma en 1911 y el USS Milwaukee en 1924, o más recientemente (2005) en sede diplomática y en un puerto colombiano en 2011, nuestras dirigencias políticas del momento pactaron salidas políticas de corto plazo, suficientes para salir avante de conflictos más o menos críticos, demostrando capacidad de negociación suficiente y disposición de ceder en sus posiciones más enconadas. En otras oportunidades (1956 y 1981), reunidos en asamblea popular, asumieron la responsabilidad de hacer a un lado sus desconfianzas para tomar la estafeta y renovar el contrato social que daría continuidad al estado independiente en que decidimos convertirnos en noviembre de 1838.

Aunque el anterior no es un listado exhaustivo de ejemplos, cumplo con el objetivo mínimo de demostrar que la tarea que se preparan a acometer quienes acuden a las mesas del diálogo que facilita la Organización de Naciones Unidas (NNUU) no es algo nuevo en nuestra historia, como tampoco lo es la animosidad de los comparecientes (que han mostrado con detalle los medios de comunicación y redes sociales), mucho menos las exclusiones de ocasión, descreimientos y aparentes ausencias. Si es novedosa la decisión de estructurar el diálogo en cuatro mesas técnicas de discusión, que brindarán insumos para que las fuerzas políticas firmantes puedan incluir propuestas concretas de reformas, que prevengan en los próximos años crisis electorales como la ocurrida después de noviembre 2017.

La nación necesita hoy de líderes capaces de consensos. Esta es una oportunidad de acordarlos y lograrlos.