Columnistas

Habitantes de una nueva periferia

Cuando se caracterice dentro de un siglo o dos a nuestra época, se dirá que fueron estos los primeros años en los que se volvió imprescindible el uso de los dispositivos electrónicos y el Internet. De la mano con la globalización y un nuevo ritmo de manejo de los recursos y de la información se ha formado un nuevo centro, una nueva urbe.

Existe montada sobre la sociedad que conocemos, otra. Un nuevo lenguaje, un nuevo humor, una nueva capacidad de interacción y de interrelación; pero sobre todo una nueva forma de producir información. El fuego de Prometeo tiene una nueva materia.

Se dirá que no es difícil habitar esta nueva cibervilla, que es a la vez una hipercibervilla carente de fronteras y límites precisos. Y no es un juicio equivocado, pero la pregunta es: ¿dónde la estamos habitando? Este nuevo hábitat cada vez más natural para todos no está falto de unos estratos, de unos escalones en los que los unos se superponen a los otros.

Comenzaré por lo que a simple vista parece más banal: las redes sociales. El protagonismo de estos espacios aparentemente democráticos hoy, no se puede poner en duda. Lo son y con amplio margen. Ahora pensemos en el papel que como hondureños jugamos en estos espacios, en esencia, generadores de información a través los usuarios.

Consumimos. Somos caja de resonancia de otros habitantes más centrales, no producimos texto propio (en el concepto de Derrida). De esta manera, no existe tampoco un pensamiento autónomo de parte de los habitantes de estas periferias. Se repite, se comparte y se adopta como propio en realidad el pensamiento y el discurso que otro, según sus convicciones, ha creado.

Estoy de acuerdo. Esto ha pasado desde siempre con los libros, el cine, la televisión, la radio y ahora con estos espacios digitales, pero también es cierto que nunca una masa fue tan global y manipulable, y quiero que se entienda manipulable en su sentido más sano. Lo que quiero decir es que siempre unos pocos siguen dirigiendo el pensamiento de la mayoría.

Estamos en esa periferia de consumo de información o desinformación porque es el lugar que nos corresponde. Hemos sido incapaces como país de que los hondureños sean capaces de generar un discurso propio, un pensamiento crítico y autónomo. Los habitantes de esta periferia no cuestionan, solo prolongan el criterio de otros. Y esto va desde temas tan poco importantes como los famosos retos de Internet hasta la luchas políticas y sociales.

Rodeando este anillo de marginalidad digital hay otro. Lo que cambia de este no son los habitantes, sino que a estos mismos se les añade una característica: de todas las posibilidades que da el Internet, solamente conocen las redes sociales. Quizá sea lo que nos dé nuestra parcela en la periferia.

Hay quienes, aún con grado académico de secundaria, incluso universitario, desconocen el manejo elemental de herramientas básicas del trabajo en un ordenador. Las páginas y herramientas académicas son desconocidas, la ciencia sigue estando oculta para esta periferia, que cobra matices honestamente muy desoladores.

Grandes universidades ponen a disposición de los usuarios cursos y talleres gratuitos de diversos temas y áreas, y lógicamente, habitando la periferia, en plena marginalidad se vuelve complicado alcanzar esos estadios. Y si no se consume ni este tipo de información, estamos aún más lejos de producirla. Pocos científicos hondureños llegan a publicar en estos importantes espacios. El problema se reduce a que somos incapaces de generar un discurso propio, dentro y fuera de la red, pero pasa que, en la red, queda en mayor evidencia.

Por el momento seguiremos simplemente consumiendo, siendo parte de un anillo de marginalidad que se ensancha con el paso del tiempo.