Columnistas

Artistas de la calle

Si a una persona común de la edad media se le hacía referencia a los artistas, de las primeras imágenes que se le venían a la cabeza era la de un itinerante, uno de esos que andaba de región en región recitando poemas, escenificando obras de teatro, cantando o haciendo cualquier tipo de espectáculo público para ganarse la vida. Claro, muchos de ellos también servían y hacían espectáculos para los nobles, pero en general los artistas eran “de la calle”.

En nuestras semievolucionadas urbes estamos acostumbrados a ver en los poco lacónicos semáforos a prestidigitadores que, por la módica cantidad de nada hasta un lempira, y a veces dos, con suerte más, nos montan un espectáculo. En el transporte público, más precisamente en los autobuses o puntos de taxi es común encontrar a cantantes, comediantes y payasos que en medio del estrés del día sacan unas baratas y sinceras sonrisas a los que se hallan por el camino.

Estos artistas de la calle que son parte del color de unas descoloridas ciudades lamentablemente no reciben ni la compensación ni el reconocimiento que se merecen. Son tan artistas como los que llamamos “consagrados”, tan artistas como aquellos que reciben millones y tienen una fuerte campaña publicitaria para que sus discos sean vendidos. Son tan artistas como los de la televisión, pero sin fama. A ellos no se les conoce más que en el par de minutos que montan su espectáculo en la entrada del autobús.

Pero que no sean famosos, no es para nada un problema, eso es intrascendente, de hecho, nadie lo esperaría y sería hasta antinatural en estas sociedades modernas. Pero cómo son vistos y el mínimo apoyo que reciben de parte de las personas es algo sobre lo que hay que reflexionar.

Pocos oficios están más al margen que los artistas de la calle. Porque no está presupuesto que existan, y existen porque hay verdadera vocación hacia ellos. En teoría no son considerados necesarios, pero que haya, y haya tanto pone ese presupuesto en tela de juicio.

Desde el análisis del discurso es un “a tomar en cuenta” cómo se autoproponen los que tienen la oportunidad de expresar sus ideas a sus interlocutores. Primero tienen que aclarar que no son delincuentes, y segundo es muy interesante cómo piden disculpas por su presentación, porque se sienten percibidos como una molestia. Necesitan evidenciar que es positivo que alguien haga arte y no delinca. Y todo en su discurso está volcado a que no los perciban como los perciben.

Y en el fondo tienen mucha razón, como dicen ellos “Es mejor que alguien le saque una sonrisa a que le saque un arma” (es lamentable decirlo porque no habría que agradecer por ello, pero en medio de tanta violencia es una verdad). Quizá la próxima vez que una de estas buenas personas le extienda la mano por haber hecho muy bien su trabajo, piense que usted les está pagando por un servicio de entretenimiento y no que le están pidiendo.