Columnistas

En noviembre de 1949, una multinacional bananera presentó al Poder Ejecutivo una contrata para el cultivo de palma abacá en la costa norte. La pretensión tuvo mala recepción en varios sectores de la población por considerarla lesiva a la soberanía e intereses nacionales: destacaron los pronunciamientos de la Sociedad de Abogados de Honduras -que emitió al menos dos dictámenes desfavorables-, así como los petitorios de estudiantes universitarios y de hondureños en el exilio, contrarios también a los propósitos de la transnacional. Cada uno de estos se hicieron llegar al mandatario de entonces, Juan Manuel Gálvez.

En el Congreso Nacional se interpretaron los intereses de la población de distinta manera: una gran mayoría votó a favor de la contrata. Los diputados Juan Bautista de Jesús Valladares Rodríguez (presidente de la cámara), Eduardo Romualdo Coello Servellón, Joaquín Medina Alvarado, Francisco Salomón Jiménez Castro y Tomás Cálix Moncada se opusieron a su aprobación. El incidente no hubiera pasado a más de no haberse denunciado una vergonzosa trama: la empresa había colaborado con “incentivos económicos” para quienes habían apoyado sus pretensiones. Solo los cinco congresistas, desafiando la postura partidaria, votaron para proteger los intereses nacionales.

El recordado Gautama Fonseca, estudiante universitario en aquellos días, rememoraba estos hechos cada vez que tenía la oportunidad explicando cómo esta conducta le había granjeado a los cinco la animadversión de su partido. Aficionado a rescatar episodios dignos de nuestra historia en sus columnas periodísticas, a Fonseca le gustaba relatar la respuesta del diputado Cálix Moncada a los compañeros que le criticaban su rechazo al soborno porque seguramente la empresa no había sido suficientemente generosa con él. “No se equivoquen”, les dijo cierto día, “a diferencia de ustedes, que mensualmente van a las oficinas de aquella empresa a retirar el cheque que les pasa, a mí me ofreció uno solo, en blanco, y lo rechacé”.

Debido a su “rebelión”, Valladares Rodríguez fue amenazado de muerte, separado del cargo al frente del legislativo y enviado para España como embajador; regresó para asesorar al triunvirato que facilitó la transición a la democracia entre 1956 y 1957, colaborando después luengos años con la Cancillería en la defensa de la soberanía nacional. Su compañero Cálix Moncada encabezaba meses después, junto a Roberto Ramírez, la fundación del Banco Central de Honduras, convirtiéndose por su probidad en secretario de Hacienda y director del Seguro Social; ya retirado, colaboró ad honorem con Fonseca -su amigo- en la creación del Infop. El resto “de los cinco del 49” continuaron sus vidas de forma ejemplar, llegando a presidir Jiménez Castro la Corte Suprema de Justicia cuatro décadas más tarde.

En estos tiempos aciagos en los que pareciera se disfruta de sumar estadísticas de cohecho e inveterada mal praxis legislativa, vale la pena rescatar este digno episodio -como lo hacía el cronista Fonseca- para recordarnos que también hay en nuestra historia páginas ejemplares para inspirar a las presentes y a las futuras generaciones.