Columnistas

Estados Unidos: anverso y reverso

Hoy la república estadounidense conmemora el 242 aniversario de la ruptura del vínculo colonial que la ataba al Imperio Británico y su nacimiento como nación libre, dando un ejemplo que inspiró al mundo.

El intento de reconquista fue derrotado en 1812, consolidando así su independencia para dar inicio a una expansión territorial hacia el sur y el oeste mediante la guerra y la compra, hasta llegar al Océano Pacífico, paralela con un crecimiento comercial e industrial vertiginoso, solamente interrumpido temporalmente por la Guerra Civil que enfrentó al norte capitalista con el sur esclavista.

Para 1898 se consolidaba como el árbitro de los destinos de las Américas, venciendo al caduco imperio hispano, adquiriendo Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas. Cinco años antes se anexó Hawái.

Al fin de la Segunda Guerra Mundial (1945) se convirtió en la superpotencia militar y financiera del planeta.

Su hegemonía fue cuestionado por la Unión Soviética hasta su colapso (1990).

Hoy, China disputa esa primacía en Asia y las relaciones bilaterales apuntan a una disputa comercial vía imposición de recíprocas barreras arancelarias, que se extienden a Canada y la Comunidad Europea.

Tras la victoria electoral de Trump se adoptan posiciones nacionalistas como America First, con discursos y políticas oficiales xenófobas, racistas e intolerantes hacia la diversidad cultural y étnica.

Sus bases de apoyo entre los electores blancos, desde obreros a inversionistas pasando por sectas religiosas fundamentalistas, respaldan esas visiones, satanizando y hostigando tanto a sus compatriotas negros y latinos como a los inmigrantes indocumentados que huyen de la violencia y desempleo prevalecientes en sus países.

Pero otra parte de la población estadounidense protesta por el nuevo rumbo al que se ha conducido a su patria, rechazando el creciente giro estatal hacia la extrema derecha, a lo interno e internacional, con restricciones al sufragio, ataques a la prensa independiente y crítica, posturas misóginas, a la vez protestando contra las crueles disposiciones que separan a niñas (os) de sus padres migrantes, recolectando fondos para su defensa legal.

Así, las y los estadounidenses se encuentran crecientemente polarizados en bandos antagónicos, en política, cultura, filosofía de vida, en que el recurso a la violencia cada vez es vista como el medio para silenciar al contestatario.

Entre tanto, crece la desigualdad social y la concentración de la riqueza en reducidas pero muy influyentes élites, tendencias que alarman a sectores poblacionales cada vez más afectados en sus ingresos y expectativas, temerosos de quedar excluidos del “sueño americano” de creciente prosperidad económica.