Columnistas

E s de creerles cuando dicen no saber de dónde provenía el dinero. Aunque no les es atenuante, menos eximente. La suspicacia sobre el origen de las finanzas en la política, es reciente: aparece con la tipificación del delito de lavado de activos y con la imprescriptibilidad de los delitos de corrupción. Y con el apoyo, intervención también la llaman, de la comunidad internacional, para librarnos de los flagelos de la corrupción y de la impunidad. No hemos podido solos y nuestros dirigentes a través del tiempo tampoco lo han querido mucho. Existía el proverbial secreto bancario suizo. Allá escondían las oportunidades de un mejor futuro para las próximas generaciones. Fortunas brotadas del poder, el político y el del narcotráfico, eran respetadas. Y el respeto casi que era parejo. No interesaba conocer el origen. No había persecución penal que inquietara su disfrute. Los que ahora creen lucirse rasgándose las vestiduras pueden terminar desnudos. Basta ser mediano observador, ni muy acucioso, para entender lo oneroso de las campañas electorales en todos los niveles. Obviamente incluía dinero mal habido: del crimen organizado o de las arcas del Estado. Lo aportado por la empresa privada, mucho para quien trabaja honradamente, ha sido un porcentaje menor del monto gastado. Igualmente falaz es que con la deuda política se hubiera financiado una campaña. Eso constituyo modesta proporción. Con esas afirmaciones también dejan en precario su autoproclamada honestidad y hasta a los incautos que les han creído, los hacen dudar. Van revelando el cobre de la verdadera pequeñez de los propósitos de sus aspiraciones. La doble moral también debe ser reñida. Puede resultar más perjudicial que la inmoralidad de los ya imputados. Son otros desafíos del combate a la corrupción y por el fortalecimiento de nuestra democracia. La corrupción abarca más y a más de los que parecen corruptos. Debe ampliarse su cobertura. ¿Cambio traumáticos de paradigmas?

Quizás. Pero impostergable