Columnistas

Lágrimas de cocodrilo

Los romanos expandieron su circo a lo largo de todo su imperio. Sus orígenes se remontan a la antigua Grecia. Los emperadores romanos lo copiaron de los hipódromos helénicos con el fin de mantener entretenido al pueblo. Luego César le agregó pan. Pan y circo al pueblo. Hasta que llegaron los bárbaros y todo acabó. Arrasaron hasta con los carruajes de los circos y con las armaduras de los gladiadores.

El circo romano nunca ha pasado de moda. Lo usan políticos en el poder y políticos en la llanura en todo el planeta. El último par de semanas hemos asistido -a palco y a luneta- al circo del aumento salarial de los diputados.

Defender ese incremento -para muchos desproporcional- es defender lo indefendible. Sin embargo, sí vale la pena resaltar la desvergüenza, hipocresía y desfachatez de quienes lo aprobaron -y lo recibieron- y luego, como en el circo romano, se presentaron ante la plebe como sus grandes gladiadores y gladiadoras.

Firmaron el aumento, dicen, sin saber lo que firmaban. Luego dijeron que sí sabían lo que firmaban, pero que no sabían de cuánto sería y que si hubieran sabido lo que no sabían no habrían firmado. Sabían lo que sabían, pero no sabían que sabían. Después, sin ningún rubor ni pena ni vergüenza, culpan a su bancada. O sea que ya no era que no sabían lo que sabían y que si hubieran sabido no habrían firmado. Otro de los diputados -rey del histrionismo- derramó lágrimas de cocodrilo, “arrepentido”. Pidió pañuelo y casi pide perdón de rodillas. Hay que decir que los diputados son impopulares en todos lados, aun en los países del primer mundo. Recuerdo en una ocasión, tirándomelas de turista precisamente en Roma -muy cerquita del circo- la guía nos dijo. “Y ese edificio que está allí es el Senado. Cuando la bandera está arriba, es que están en sesión y, cuando está abajo, es que no. Hoy, gracias a Dios, está abajo, porque cada vez que esos bárbaros se reúnen solo es para jorobarnos la vida con más impuestos”.

Sé es o no sé es. El hombre o la mujer deben ser de una sola pieza y, al igual que la mujer del César, no solo tienen que ser, sino parecer.