Después de estudiar muchos escándalos de corrupción policial, el criminólogo norteamericano Lawrence Sherman publicó en 1978 un libro en el que incluyó una clasificación de las fases que se suceden cuando la opinión pública se ve conmocionada con actos de corrupción.
Primera. La revelación: una información novedosa revela algo que era desconocido o secreto, sospechándose que puede haber más detrás de lo revelado. Para que ocurra suele existir algún tipo de conflicto en el círculo de quienes compartían el secreto.
Segunda. La publicación: en ella es clave la decisión de quienes controlan medios informativos, especialmente la disposición de ver una conducta como corrupta. Además de publicarla o no, se decide el espacio y la relevancia que se le otorgará al asunto, el tono, conclusiones, etc.
Tercera. La defensa: se genera justo después de la publicación por quien tiene acceso a los medios de información. Se niegan las acusaciones, atacando los motivos o fiabilidad de quienes revelaron la información. Se intenta detener el escándalo, anticipándose a nuevas revelaciones y minimizando el estigma de datos ya revelados. Se buscan “zonas vulnerables” de quienes revelaron los datos que originaron el escándalo, orientándose la estrategia a atacar su legitimidad (sin entrar a considerar su verdad o falsedad), se dice que la corrupción no es generalizada sino de pocos (“manzanas podridas”); se intenta controlar la información para evitar que nuevas revelaciones refuercen el crédito de los denunciantes y dificulten el de los defensores.
Cuarta. La dramatización: interpretación pública de que lo aparecido en los medios de comunicación es “malo” y causa seria preocupación social. Ocurre cuando ya se ha suscitado el conflicto entre partes. La gravedad de los hechos implica una amenaza al orden social y se ve necesario el castigo, aclarando: quién hizo qué, por qué, cómo, cuándo, quién ayudó.
Quinta. El procesamiento (reajuste institucional): acá intervienen los mecanismos institucionales que existen en la sociedad (fiscales, jueces, organismos de control, una comisión parlamentaria) para sancionar, investigar e incluso pronunciarse sobre responsabilidades políticas que se puedan identificar.
Sexta. Estigmatización: aunque la “etiqueta” de “corrupto” a los responsables se aplica desde el inicio, es ahora que el “estigma” se adhiere al responsable, jugando un papel crucial la audiencia, quien da su veredicto sobre el escándalo. Para llegar hasta acá, es ideal que el público perciba que la organización a la que pertenecen los acusados no es capaz de vigilar, controlar y castigar los excesos de sus miembros; que quienes revelan las primeras informaciones tengan credibilidad; y, que se perciba la seriedad de lo revelado, casi siempre a través de figuras públicas relevantes. (Jiménez Sánchez 1994: 7-36)
En el contexto actual del país, vivimos cada una de estas fases en un va-y-viene que asemeja una continua montaña rusa. Comprender cada una de ellas nos brinda un mejor panorama de los desafíos que enfrentamos como sociedad, así como de los retos que debemos asumir, gobernantes y gobernados.