Columnistas

Apuntes No. 156

El 7 de mayo, Cáritas Honduras entregó su última contribución para el establecimiento de un verdadero Estado de derecho basado en el ejercicio de una democracia plena en lo político, económico y social y, para ello, señala como camino ineludible el gran diálogo nacional en el que deben conjuntarse las voluntades más patriotas, hombres y mujeres inteligentes y educados, que amen a Honduras por encima de toda mezquindad, capaces de fijar las metas que venimos demandándole a los conductores de los partidos políticos que por casi doscientos años han manoseado en su gran mayoría la función pública, con una incapacidad, corrupción y negligencia punible.

Es riquísimo el documento de Cáritas en conceptos precisos. Debería circularse por todos los medios al alcance de la población, particularmente las redes sociales que han venido a sustituir esa prensa hondureña sometida, hoy en día, a un mutismo cómplice que contribuye vergonzosamente a que el pueblo no levante cabeza y siga, de manera sempiterna, sometido a sufrir una miseria lacerante que nunca ha merecido.

El abuso del poder que tan descriptivamente señala Caritas es responsabilidad directa de hondureñitos (como nos llamaba Jonathan) que continuamos embelesados por los eternos vampiros de la política, que tienen nombres y apellidos y que todos conocemos a plenitud pero que, sin embargo, con sus cánticos perversos, nos engañan una y otra vez.

Esos hondureñitos ingenuos, incautos, nobles, son víctimas directas indefensas de esos vampiros que nunca mueren, porque no tiene afiliación política; su bandera es la corrupción y esa encaja en todos los partidos que se arropan con el mismo manto de la impunidad concertada.

Mucho ojo también con los “tontos inútiles” que abundan en nuestro medio haciéndole la corte a los perversos de nuestra política.

Cuidado con los desmemoriados que pronto olvidaron los delitos que cometieron en los últimos diez años en que han gobernado y porque han gozado de la impunidad consentida, hoy se pregonan salvadores de este pueblo que merece muchísimo más que las migajas que ha recibido de todos ellos, timbucos y calandracas, con resignación cristiana.