Columnistas

Las contradicciones de la censura

Cada vez que vamos a ver una película al cine antes de comenzar nos advierten sobre la clasificación de dicho metraje. Antes, una comisión especializada decidió si esa película era apta para mayores de doce, quince, dieciocho, veintiún años o si la puede ver todo público. Los criterios para dar esa clasificación suelen ser la violencia que contiene, el lenguaje y las ideas e imágenes que transmite.

Pasa lo mismo si nos sentamos a ver un programa de televisión en nuestras casas, antes de comenzar nos dan las mismas advertencias y lógicamente los canales están obligados a regular las horas en las que transmiten ciertos contenidos por las mismas razones en el párrafo anterior.

Hasta aquí todo bien, pero cuando reparamos en que estas regulaciones son solo para los contenidos que tienen imagen y no para los que solamente tienen sonido sabemos que hay una contradicción en el hecho. Hablo de las canciones. ¿Será porque vivimos en una sociedad altamente visual? ¿Será porque una imagen vale más que mil palabras?

Por las calles de cualquier ciudad podemos escuchar cómo suenan con estridencia (que desde aquí ya es un atentado contra el otro) canciones que tienen como tema principal el sexo, las drogas y las mujeres como objeto sexual, haciendo alusión y casi alabanza a las armas. Eso en un país con altos grados de violencia no parece una gran idea.

Pasa en medios de transporte públicos, en los mercados, en los centros comerciales, en los vecindarios y en todos lugares donde se pueda imaginar.

Siempre ha rondado entre la falsa información del Internet el rumor de una prohibición a ciertos géneros o contenidos musicales, sin embargo, esa no sería la salida más inteligente porque la intención no es cortar la libertad de pensamiento y expresión. Lo más sabio sería una regulación tal cual una cartelera cinematográfica o una programación en la televisión.

Si alguien va a consumir este tipo de música que lo haga en lo íntimo de su hogar, porque se está exponiendo a los niños y a los jóvenes a contenidos altamente violentos. Del mismo modo en el que se regula el horario de todo lo que se ve, se debe regular el horario de lo que se escucha.

Vivimos tiempos en los que el acceso a los contenidos audiovisuales es mucho más simple que hace una o dos décadas, y cualquier podría argumentar que una regulación en las radios serviría de poco, pero no se puede caer en el error de simplemente suponer.

No se trata de estigmatizar a una persona por escuchar o ver tal o cual contenido, porque eso no define a nadie. Se trata en primer lugar de respetar que el otro no quiere escuchar hablar de sexo y drogas, se trata de que así como existe el derecho a escucharlo, igual existe el derecho a no hacerlo, se trata de que el que quiera consumir esos contenidos lo haga a solas, como pasa en el cine, como pasa en la televisión.