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Se ha consumado la crucifixión de una figura relevante en la vida institucional de Honduras, muy pocas veces se ha elevado una voz tan valiente y vibrante que sacudiera los cimientos de las estructuras corruptas de nuestro país, como la del doctor Juan Jiménez Mayor, director de la Misión de la OEA en el combate a la corrupción e impunidad en Honduras.

Sucumbe este extraordinario personaje frente a las ambigüedades, supuesta falta de apoyo, deslealtad de la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos y frente a las sucias intrigas palaciegos que se dan en Washington por los típicos intereses mezquinos que caracterizan a los politiqueros latinoamericanos y que, contrario a la imagen de altura que se tiene de esas instituciones multinacionales, también están corroídas con los mismos comejenes que destrozan las esferas políticas criollas.

Jiménez Mayor, un personaje peruano de altos niveles de prestigio profesional en su país, ha presentado su renuncia del puesto que ha desempeñado en Honduras durante casi dos años. La presenta justo cuando el árbol de la anticorrupción empieza a dar frutos con casos que están involucrando figuras anteriormente intocables en nuestro país.

Se va Jiménez Mayor desnudando sutilmente la falta de un interés manifiesto y de una voluntad política en las esferas gubernamentales de Honduras, para respaldar con una decisión firme y sistemática al combate de la corrupción, de frente, sin ambages ni dobleces.

Este no es momento de lamentar la pérdida de un valor difícil de sustituir, no es asunto de dar un pésame en un velorio, es asunto de que el presidente Hernández lance una declaración de compromiso ineludible con el pueblo en el sentido de que, lo que sobrevenga, bajo la conducción de un fiscal, nuevo o bajo la ya probada dirección del actual, tendrá el apoyo irrestricto de todo el país y particularmente del gobierno de la República.

Solo así se alumbrará el camino de la justicia en Honduras.