Columnistas

La confusión y la tardanza amenazan con desinteresar a la opinión pública en un diálogo nacional. Los esfuerzos que se empeñan sin fines de lucro, al menos a la vista, podrían malograrse si no se logran avances hacia el consenso.

El bien común, quimérico como parece, debe ser la idea fuerza, el sentimiento fuerza, en el accionar ciudadano.

La justicia social y su semejante más importante, la equidad, tendrían que ser faros de las demandas coyunturales en que se devana la gobernabilidad: reformas electorales que resulten en respeto a la voluntad popular manifiesta en las urnas, que por tanto doten de credibilidad los resultados electorales que se traduzcan en legitimidad para los elegidos.

Todo lo demás vendría por añadidura. La parsimonia aparente constituye un riesgo. Se entiende lo difícil de lograr coincidencia de objetivos entre actores tan disímiles en sus personalidades como en sus propósitos, los verdaderos y los ajenos a la conveniencia de nuestro país.

Pero hay que apurarse. Existe conciencia generalizada de lo que deben ser las reformas electorales. No de ahora, desde hace 20 años que algunas comenzaron a conquistarse.

Foprideh, en la que su liderazgo en forma constante ha impulsado construcción de ciudadanía mediante el alcance de estas metas, con el auspicio de USAID, tiene toda la memoria.

Como otras situaciones que no entendemos, otra misión de la OEA viene a trabajar con nosotros sobre reformas electorales. ¡Si todos sabemos cuáles son! Solo necesitamos voluntad política -inexistente- y la presión de la comunidad internacional radicada aquí para volverla existente.

Y serían aprobadas en un dos por tres. Tanta visita nos distrae. Y con el diálogo nacional en propiedad, qué más que sea el PNUD el garante, uno de los raros órganos aún confiables en nuestro país.

¿Para que entonces tanta visitadera? ¿Tanto turismo democrático generador de frustraciones? Entre los hondureños y la comunidad internacional residente, basta y sobra. Ya no perdamos el tiempo.