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Redes sociales ¡indignaos!

Se podría decir que Stéphane Hessel, uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es el padre del Movimiento de los Indignados. El 21 de octubre de 2010 lanzó su proclama ¡Indignaos! Su llamado al alzamiento pacífico contra la indiferencia y en pro de una democracia real estalló como pólvora y se propagó por todo el mundo.

Dos meses más tarde, el 17 de diciembre de 2010, estalla la indignación en Túnez y su mecha encendida se propagó por toda la región, dando origen a la denominada Primavera Árabe. El detonante: Un vendedor ambulante –Mohamed Bouazizi- fue despojado de sus mercancías por la policía tunecina y, ante la impotencia de enfrentar a las fuerzas del orden, se inmoló en la plaza pública. Un mes bastó para la caída de la dictadura y vino el efecto dominó.

La generación indignada no es el brazo desarmado de ninguna ideología –ni de izquierda ni de derecha ni de centro-, peor aún de algún partido político o grupos fácticos. Es una generación única, que surge como parto de las redes sociales, de su derecho a la libre expresión e intercomunicación –sin censura- al amparo de las plataformas en línea.

Cierto es que hay excesos. Pero las redes son el mal menor ante el cáncer –y la agonía- que sufre el mundo. Son una especie de catarsis, una válvula de escape ante tantas frustraciones. Constituyen, inclusive, un consuelo, un bálsamo ante los golpes de la indiferencia y de la arrogancia de quienes ostenten el poder político y económico en el planeta y generan esas oleadas de inmigrantes, legiones de desempleados, batallones y regimientos de seres humanos derrotados.

El caldo de cultivo de regímenes genocidas como el nazi fue, justamente, la frustración e indignación del pueblo alemán ante la gran depresión, la humillación francesa y la imposición del Tratado de Versalles. Y en esa época no había redes sociales.

En lo personal hemos sido víctimas de uno que otro orate que se escuda en el anonimato para destilar todo su veneno y odio en las redes, pero es preferible el sacrificio de unos pocos por la libertad a expresarse de muchos.