Columnistas

Despedida a un gran poeta y a un gran periodista

2017 ha terminado y 2018 comienza con la pérdida de vidas valiosas para Honduras. Además de las muertes resultado de las acciones represivas contra la población que se manifiesta en las calles contra el fraude electoral, han partido dos de los personajes más representativos del siglo XX, que desde diversas trincheras contribuyeron a forjar ciudadanía: el poeta José Adán Castelar y el periodista Manuel Gamero.

José Adán Castelar, uno de los más reconocidos y queridos poetas hondureños, falleció el 25 de diciembre de 2017, a los 76 años de edad. Lo conocí a finales de la década de los ochenta, en las tertulias literarias de la época. Era un hombre sencillo, de voz pausada, que obsequiaba generosamente sus libros y sus lecturas. Escribió unas palabras para la contratapa de mi libro de poesía “Porque ningún sol es el último”. Años después tuve el honor de colaborar en la edición de uno de sus poemarios, dedicado a Ramón Oquelí, otra de las figuras ilustres de la Honduras del siglo XX.

El poeta Castelar compartió las ideas antiimperialistas de mi padre, Ventura Ramos, de quien fue amigo personal, como también lo fue el periodista Manuel Gamero, quien falleció el 14 de enero de 2018, a los 81 años de edad, gozando de un respeto bien ganado como uno de los pocos comunicadores sociales en Honduras que ha hecho honor a la función del periodismo, que va mucho más allá de simplemente informar o entretener.

Conocí a Manuel Gamero en las oficinas de Diario Tiempo, del que fuera fundador y director desde su fundación en 1976 hasta su cierre forzado en 2015, ante las acciones judiciales contra las empresas del grupo Rosenthal. Mi padre era el editorialista del diario, cargo que desempeñó desde su fundación hasta que se vio forzado a renunciar a mediados de la década de los ochenta, a consecuencia de las presiones ejercidas en su contra, que los dueños del medio no pudieron enfrentar.

Con gran generosidad, Manuel Gamero me permitió trabajar como reportera del diario durante unas vacaciones, de diciembre de 1976 a enero de 1977. En ese entonces yo era una adolescente que acababa de finalizar el segundo año de magisterio, pero mi padre quería que desarrollara mi habilidad para escribir.

Así fue como durante dos meses compartí el ambiente de aprendizaje y compañerismo que se vivía en el diario, con periodistas en ese entonces apenas un poco mayores que yo, como Vilma Gloria Rosales, que fue mi mentora, y Héctor Barletta, entre otros.

Fui testigo de la gran amistad entre mi padre y Manuel Gamero, forjada en el trabajo, pero también en las lecturas, el gusto por la buena música y el buen licor. Durante años se reunieron a diario para conversar sobre el editorial del día, lo que naturalmente implicaba analizar la realidad del país.

Mi padre era marxista y Manuel Gamero era liberal.

Pero ambos compartían profundas convicciones democráticas y un amor por su país y por su gente que iba más allá de sus respectivas militancias. Cuando mi padre se vio forzado a renunciar al diario que contribuyó a fundar, Manuel Gamero le dijo: “Don Ventura, aquí siempre va a haber una oficina para usted”.

Aunque por dignidad no aceptó el ofrecimiento, mi padre agradeció profundamente esas palabras.

No tengo dudas de que el poeta Castelar y el periodista Gamero, comprometidos por distintos caminos con el ideal de una sociedad democrática, partieron con el dolor de ver el enorme retroceso de Honduras en materia de derechos civiles y políticos. Vivieron sus últimos días en la atmósfera de zozobra e incertidumbre generadas por un golpe de Estado permanente, iniciado en 2009 y afianzado con una reelección inconstitucional y la instauración de una dictadura que demuestra valerse de cualquier medio para aplastar a la oposición.

Más allá de los discursos de ocasión, los aportes de Castelar y Gamero se suman a los de Visitación Padilla, Clementina Suárez, Ventura Ramos y demás hombres y mujeres cuyas vidas han sido ejemplo de compromiso con el oficio de escribir y con la misión de construir patria.

Ellos y ellas son nuestros referentes, las luces que esperamos alumbren el camino y nos permitan encontrar el final del túnel.