Columnistas

El agotamiento de la democracia

En el caso de Honduras, tal vez lo más correcto sería decir el agotamiento por la ilusión democrática.

La democracia, tal como se define, en el caso particular de Honduras siempre fue una aspiración, un ideal traído de la literatura y de la experiencia vivida en otros países, aunque los políticos siempre hablaron y siguen hablando de la democracia como algo real, como un sistema que permite organizar un conjunto de personas, en el cual el poder no se centra en una sola persona sino que se distribuye entre todos los ciudadanos. En democracias las decisiones se toman según la opinión de la mayoría.

Los políticos hondureños han venido hablándonos de la democracia como si este fuera un estilo de vida de toda la población y ese ha sido un engaño.

En muchos aspectos, la sociedad hondureña, cuando quiere ir de subida, otros ya tiempos vienen de bajada, es como si los grandes discursos de la historia universal nos llegaron tarde.

La condición de país pobre y subdesarrollado nos viene de esa triste historia en la cual nuestra riqueza alimentó a otros y nos impusieron un estilo de vida democrático que no se correspondía con las sociedades que ellos construían en sus metrópolis.

Hoy nos toca vivir una doble crisis: la crisis generada por el atraso y miseria heredadas y la crisis de un modelo de acumulación de riqueza que día a día renuncia a sus propios ideales democráticos sobre los cuales se fundaron las grandes naciones. La crisis de la democracia se ha vuelto casi universal, con mayores ruidos en la periferia, donde países como Honduras han marchado con un gran déficit de participación ciudadana.

No es remoto que naciones que tienen una fuerte presencia en los organismos internacionales, que también viven experiencias negativas en el ejercicio electoral, ahora vengan a darnos lecciones de democracia electoral; se les invita como observadores y terminan siendo jueces e interventores en el conteo de las mesas electorales, reduciéndonos casi a una condición de colonia donde ellos deciden la legitimidad de los procesos.

Nuevos y viejos problemas económicos y sociales están perturbando la expansión de la democracia. La corrupción, la impunidad, la delincuencia en todas sus formas y el deterioro de las condiciones de vida de inmensos grupos poblacionales están volviendo ineficaces los procesos electorales como formas de expresión democrática.

La gente no ve asociado el derecho a ejercer soberanamente el voto en las urnas con la mejora en sus condiciones de vida, el voto se está empezando a ver como un asunto rutinario, sin valor de expresión de la voluntad ciudadana.

No se percibe, salvo casos excepcionales en algunos países, que la población al votar construye o mantiene formas de vida más equitativos y de mejora en sus ingresos y uso de servicios públicos.

En general, en el mundo se muestra una gran contradicción y es que los derechos democráticos en términos de elegir a los gobiernos no van de la mano con la construcción de formas de vida que den seguridad y sostenibilidad a una vida mejor en el presente y futuro. En Honduras, todos o casi todos votan por pasión y no por razón.