La independencia es un concepto que pocos se atreverían a discutir y cuestionar. El logro de la misma suele interpretarse como un sinónimo de libertad, entre otros valores que todas las sociedades anhelan, o idealmente deberían. Sin embargo, la independencia históricamente no ha tenido siempre como consecuencia el desarrollo, como podría esperarse.
El anhelo de la independencia, de la autonomía, tiene origen en la tiranía del invasor o el colonizador; en otras palabras, en el extranjero que llega a cualquier tierra a explotar su recurso humano y natural sin misericordia.
En este sentido, se ha visto la independencia como una especie de protección, pensando en que el coterráneo no me hará el daño que el colonizador me ha causado.
No obstante, como sucediera en el clásico de la literatura latinoamericana, “El reino de este mundo” de Alejo Carpentier, el hermano, el que comparte la tierra, el que nació en el mismo sitio, también puede ser un tirano.
En la novela escrita en el siglo XX, los negros de la isla de Haití que por fin se han liberado de los colonizadores franceses, sufren los mandatos crueles de un gobernante igualmente negro.
No toda nación independiente es libre y desarrollada, se puede ser preso de sí mismo. Si el pensamiento de los dirigentes de las naciones no está enfocado en el progreso de todas sus instituciones para el bienestar de todos sus habitantes, la independencia no es más que un adorno, un traje conmemorativo que se saca a pasear cada año para la fiesta, mientras el resto de días se viste como pordiosero.
Según los registros históricos, la independencia de Centroamérica, aunque sí respondía a intereses nobles de hombres patriotas y pensantes de toda la región, no se puede negar que una vez firmada el acta el 15 de septiembre de 1821 se comenzaron a disputar el poder sobre ella cual fieras en cacería, sin el menor reparo en el bienestar de los demás.
La situación fue empeorando con los años, y los herederos de aquella sociedad criolla que se disputó la región, gobernaron según sus intereses y no según aquellos que responden al orden y al bienestar de la sociedad.
No sé si se ha entendido hasta hoy que aquella independencia, tan celebrada en nuestros días, de muy poco nos ha servido. Las lenguas indígenas siguieron siendo reprimidas al punto que algunas de ellas ya murieron y los demás lo seguirán haciendo.
Las personas no tienen garantizada su salud, su educación, su vivienda, su alimento, entonces, ¿de qué nos han servido estos 196 años?
No hemos logrado la patria soñada, no diré de Morazán ni de Valle, diré que no hemos logrado la patria del hombre de tierra adentro que sueña con tener salud, alimentación y educación. Diré que no hemos logrado la patria que las mujeres hondureñas sueñan, tampoco la patria de los pequeños emprendedores. Tenemos una patria que nadie ha soñado.