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Honduras medieval

Se creía entonces que las cosas poseían espíritu –vientos, volcanes y fuentes silbantes, gatos de misterio egipcio, cuervos, serpientes (cuya oferta aceptara Eva); objetos con trascendencia animada (cuchillos que podían volar, rayos consecuencia de maldición religiosa, aguas que se contaminaban, viciaban y podrían, sombras, espectros, fantasmas e invisibles monstruos atómicos que poblaban la realidad, algunos ya olvidados (homúnculos, lémures, mandinga, súcubos –espíritu demónico que tiene comercio carnal con varón bajo apariencia de mujer–, diablos (el malo, ángel de tinieblas, inmundo, infernal, íncubo), gnomos y una jerarquizada demografía satánica (lucifer, luzbel, belcebú, satanás, satán, Mefistófeles, leviatán); época de penumbra mental.

La Edad Media (que va de Alta, iniciada en el siglo IV, a Baja, del X al siglo XV) es largo momento de creencias en la magia pero, sobre todo, de enorme dependencia del hombre hacia fuerzas sobrenaturales que él estaba seguro guiaban su vida y construían su destino, usualmente rumbo a lo fatal.

Según Juan Calvino (1483-1564), uno venía predestinado y era inútil todo intento de salvación: estaba escrito al nacer si ibas al infierno o al cielo, vano tu esfuerzo.

Tampoco importaba lo concreto pues lo importante era siempre lo espiritual o gnóstico: la divinidad te elegía o condenaba, la riqueza y la pobreza eran identificación de que el cielo te daba prosperidad o desgracia, así como las enfermedades eran pena por pecados cometidos –el pecado era presencia diaria y sufrida, vivencial en cada hora humana, nada se explicaba sino por el pecado y por los sacrificios necesarios para obtener perdón, usualmente económicos.

Es cuando la iglesia Católica fuerza al diezmo e impone (por siete siglos) a sus grandes autoridades: ninguna verdad se conoce, dicta ella, sino por las Escrituras y Aristóteles.

Previo surge el gran orquestador del dogma, el brillante teólogo Tomás de Aquino, cuyo reconcomio sexual lo induce a imaginar los mitos del credo: el del útero intocado de María, el de que Jesús nació sin semen de hombre, el de la copulación como algo sucio, los votos de pobreza, celibato y castidad para el sacerdote y la absurda tesis de la infalibilidad papal.

Desde entonces sexo y hembra son demónicos para la religión.

Si fornicabas por placer ella te enviaba al destierro; castigaba con la muerte a adúlteros, blasfemos e idólatras: fanáticos ambientes de culpa saturaban a la sociedad haciéndola persignarse, temiendo al juicio final y el apocalipsis, anunciando el pronto regreso de Cristo.

Predicadores de cerebro carcomido guiaban a la comunidad, cuyos pensamientos enfermizos tomó el clero para justificar que el Santo Oficio castigara a quien disintiera del dogma y de los protocolos del culto. Se calcula que la Inquisición chamuscó en hoguera pública a sesenta mil personas.

Aunque existía el derecho, todo se regía por la fe (no la razón). No existía la sociedad democrática (el medioevo es negación del hombre), los reyes eran absolutos (eternos en el poder), se atribuían origen celestial, pero igual abundaban los gordos cardenales y una feliz aristocracia que vivía del presupuesto del reino.

El clero regulaba con supersticiones cada movimiento social haciendo creer falsías, tales como que representaban la “palabra del Señor” o que otorgaban protección por medio de la sangre de Cristo y, como hoy, se vivía entre confusas leyendas de hebreos bíblicos, con lo que explotaban la ingenuidad e inocencia del pueblo.

Tiempos culturalmente marchitos, el medioevo es atraso… Diferente a la Honduras de hoy, ¿no?