Columnistas

Persistencia del dinosaurio

En verdad se trata de un solo y bicéfalo dinosaurio, no de dos zoomorfas figuras. Animal este antiguo y malforme, si bien no exento de atractivos cuando su juventud.

Los dinosaurios ––que son muchos y por ende imposible olvidarlos–– empezaron agrupándose como “Amigos de”, ejemplo, Policarpo Bonilla, Terencio Sierra o Céleo Arias durante el siglo XIX, y paulatinamente devinieron en venerados monstruos, entes constitutivos de ellos mismos, dueños de su propia identidad, con lo que la máquina en que se torcieron sustituyó al humano.

En esa centuria se hablaba de que la causa escogía al candidato que mejor la representaba, lo cual iba bien, tal debía ser el proceso ideológico: de la misión al fin, pero arrancando el siglo XX fue al revés, ahora se trataba del caudillo o líder que manipulaba la idea, con lo que desaparecieron el humanismo, la filosofía y la programación política. Tras décadas el partido se pervirtió y para para no ser destruido se prostituyó.

El nacionalista consideró que para preservar el poder se obligaba a aliarse con una bananera (la UFCo.), en tanto que el Liberal lo hacía con la Cuyamel FCo., y de allí la amarga cadena de decepción que los minó.

Al fin, siendo similares sus búsquedas de dominio y privilegio, el malvado afán con que procuraban el poder ––egotista, pecuniario, lucrativo–– los asimiló hermanándolos, a pesar de sus distintas banderas, convirtiéndolos en cómplices.

Desde entonces la bestia es bipartida y exhibe dos cabezas que, aunque expiden fuego de opuesto color (azul o rojo), hieden con similar carroña de crueldad social.

Cuando las elecciones de 2013 perdieron el respeto popular pero se recompusieron dentro del Congreso soldando alianzas espurias, lo que significa bastardas, degeneradas, y en noviembre de 2017 pretenderán lo mismo, tienen tendido ya el tinglado de fraude.

El objetivo es conservar el poder, o su hegemonía de poder, de modo que se impida el acceso a una tercera fuerza joven, fresca y renovadora que desinstale la armazón neoliberal conseguida desde 1994, cuando Rafael L. Callejas, y que alta rentabilidad, ¡miles de miles de millones!, procura a los grupos económicos de ambos partidos a costa del sufrimiento de la mayoritaria población nacional.

Negocios tan pródigos no deben perderse y si para retenerlos se ocupa la fuerza se deberá hacer. Ya ocurren denuncias al interior del casquete militar que advierten sobre conspiraciones de élites castrenses en proceso.

La solución es solo política. Es obvio que hoy se enfrentan en Honduras fuerzas ultraconservadoras y dominantes en contra de intentos de democracia, refrescamiento y moderna renovación, lastimosamente poco organizados (aunque uno desconoce la lectura exacta de lo que transita en el alma nacional profunda, capaz de aportar masivas sorpresas).

Y en síntesis el dilema es sencillo: o se vota para aceptar la rijosa maldad cachureca (que no es lo mismo que nacionalista sino medieval y oscura) detestada por Morazán, o se aventura por una ruta adivinatoria (votar a ciegas en las condiciones actuales) que solo perjuicio generaría.

Jamás ninguna sociedad hondureña tuvo en sus manos tan grave dilema: revertir el grave deterioro de pobreza y miseria que la asola y borrar para siempre al modelo bipartidista que convirtió al Estado no en benefactor ––como deviene obligado por principio–– sino en explotador de su propia ciudadanía.

Cien años de vigencia del dinosaurio rojiazul no pudieron destruir a Honduras pero la tienen en riesgo y peligro. Es obvio de dónde proviene el mal. Solo si se elimina la causa se elimina la consecuencia.